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Actualizado: 2 de junio de 2025


«Vea usted me dijo , vea usted las hermosas flores que he cogido; quisiera saber cómo se llama éstaEra la encantadora flor que se llama la silvia, porque no prospera más que en los lugares salvajes y a la sombra de los bosques. Me acordé de la linda estrofa del poeta alemán y la repetí en voz alta: «Es la silvia, la fresca silvia, la dulce anémona de los bosques.

Necesitaba ser ofensivo para vivir; inspirar respeto á los monstruos devoradores, especialmente á los pulpos, que buscaban la presa de su busto y sus patas peludas, asomadas por la locomoción fuera de la torre. Una anémona de mar venía á fijarse en la cúspide calcárea: á veces llegaban á ser cinco ó seis. Ninguna relación corporal existía entre el paguro y los organismos de arriba.

Que el Cielo, ¡oh la más amable de las flores!, multiplique a tu alrededor la blandura de los tapices húmedos, la frescura de las nuevas sombras y el soplo de los nuevos céfiros. Esta silvia, la fresca silvia, la flor de la soledad y de la primavera, la dulce anémona de los bosques

Entre el hormiguero de pequeños crustáceos que se movían en el fondo arenoso, cazando, comiendo ó batiéndose con feroz enredijo de patas, buscaban los observadores á un ser bizarro y extravagante, el paguro, apodado Bernardo el Eremita. Era una caracola que avanzaba recta como una torre sobre unas patas de cangrejo, teniendo por corona la cabellera de una anémona de mar.

Entre tanto, se ha liquidado la escarcha apretada que cubría los prados, y la hierba y las flores, como si hubiesen estado oprimidas bajo aquel peso, surgen por ensalmo. La anémona nemorosa es una de las más tempranas que abren por allí su cáliz para anunciar la Primavera.

Unos tienen la solidez, la casi eternidad del árbol; otros se descogen y luego se marchitan, como las flores. Así, pues, la anémona marina se abre cual pálida margarita rosada, ó como áster granate adornado con ojos de azur; mas desde el momento que se ha desprendido un hilito de su corola, ó sea una nueva anémona, veisla disolverse y desaparecer.

Algunas de aquellas guirnaldas estaban formadas de hierbas odoríferas, de esas que las niñas gustan de guardar en su pupitre, aquí y acullá, enlazadas con las plumas del bacai de la vainilla y de la anémona silvestre, el maestro reparó en la capucha azul oscuro de la adormidera o acónito venenoso.

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