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Actualizado: 9 de junio de 2025


No miraba nada; por nada del mundo habría osado poner la mano sobre ninguno de los objetos que me rodeaban; inmóvil, atento sólo a penetrarme de aquella indiscreta emoción, sentía agitarse convulsivamente mi corazón, y tan precipitados eran sus movimientos, que instintivamente me apretaba el pecho con ambas manos para ahogar en lo posible los incómodos latidos.

El arte, lo mismo que el misticismo, concluyen por alterar nuestro desenvolvimiento orgánico. En mi concepto, lo mismo uno que otro deben ser rechazados como tendencias morbosas. D. Pantaleón agitó las manos convulsivamente, abrió los ojos y profirió una serie de exclamaciones corroborantes. Siempre le pasaba igual al oír la palabra morboso.

De su garganta se escapaba un débil y continuo quejido como el de un animal en la agonía. A ratos empujaba convulsivamente la delantera del coche, como si con este esfuerzo le hiciese correr más. A ratos imaginaba saltar fuera y emprender una carrera vertiginosa para llegar antes. Imposible que el infierno haya inventado un suplicio más cruel. Las estrellas brillaban.

El padre le abrazó convulsivamente, gimiendo como un niño, sintiendo que sus pies se negaban á sostenerle. Siempre había esperado que acabarían por entenderse. Tenía su sangre: era bueno, sin otro defecto que cierta testarudez. Le excusaba ahora por todo lo pasado, atribuyéndose á mismo gran parte de culpa. Había sido demasiado duro.

De pronto, un golpe seco. La bola había terminado su fuga circular, cayendo en un número. Se prolongaba el silencio; los rostros parecían estirarse aún más; los puños se apretaban convulsivamente. Otra vez el ruido de guijarros movidos por la ola. Las raquetas barrían el campo verde. Mal número para el público.

Nélida, con un ligero temblor, mezcla de miedo y de placer, se agarraba convulsivamente a su brazo. Fernando sonrió: mejor era así. ¡Si alguien hubiese osado la menor burla!... Y ella le escuchaba con asombro y satisfacción. ¿Habría sido capaz de pelearse por ella?... ¿Lo mismo que en las novelas o en el teatro?

Las aguas, detenidas por la barrera, aumentando su nivel y salvando los obstáculos, se desbordan en cascadas; el torrente, fuera de su curso normal, se lanza en repentinos y gigantescos borbotones; los monstruos se agitan convulsivamente haciendo temblar y gemir su madera. A este caos movible tiene que atacar con denuedo el conductor de la armadía.

Esto asombró a las mendigas más aún que la generosidad de momentos antes. Sus ojos cándidos y virginales deshonráronse con una viva chispa de malicia; tras la inocencia infantil asomó la precocidad de la vida aventurera, las lecciones infames aprendidas sobre el barro de las calles; y las dos, apretando convulsivamente sus puñados de pesetas, huyeron como si las amenazase un terrible peligro.

Por eso parecieron al inspector general verdaderamente pueriles las lamentaciones de la señora Princetot. De todas maneras esta escena de lágrimas se iba haciendo penosa. El continuado sollozo movía con violencia el desbordante pecho de la hostelera y sus carnosos labios agitábanse convulsivamente. Como había sido la causa de esa tempestad, se creyó Delaberge en el deber de calmarla.

Atravesó la sala y miró por la rendija. Su marido tocaba vuelto de espaldas a la puerta. Elena permaneció inmóvil algunos instantes y sintiendo que sus piernas flaqueaban y que iba a caer, apretó convulsivamente el frasco que llevaba y se aventuró a decir: ¡Germán! Pero la voz no salió apenas de su garganta. Reynoso no la oyó.

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