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Su habitual seriedad se convirtió en aspereza de carácter, el desabrimiento se hizo luego tiesura, y en poco tiempo experimentó una transformación, tanto más fácil de apreciar, cuanto más inesperada y rápida.

Después convirtió la vista a la fachada, cual si sus macizos muros pudiesen por mágico arte volverse cristal y trasparentar lo que en su interior guardaban. Quedose fascinada, sofocando un grito antes que naciera. La puerta del comedor estaba entornada.

Todo cuando en la casa del avaro había, se convirtió en aquellos metales tan duros como su corazón. Atormentado por el hambre y la sed, salió al campo, y habiendo visto una fuente de agua cristalina, se arrojó con ansia a ella; pero al tocarla con los labios, el agua se cuajó y convirtió en plata.

Y por una de esas gradaciones que son el secreto de los grandes actores, la carcajada se hizo opaca, se convirtió en suspiro, luego en lamento; y desasiendo ella su mano de la del príncipe, se cubrió los ojos y ladeó la cabeza, mientras un estertor oprimía su pecho. Lloraba.

No mucho tiempo después de la invasión mahometana se convirtió en ofensiva la guerra de los cristianos, limitados en un principio á la defensa de su inaccesible territorio, luchando tan valientemente los bravos descendientes de Pelayo, que hacia fines del siglo VIII comprendía el reino de Asturias ó de Oviedo la mayor parte de Galicia y de León.

Este pensamiento, siempre fijo, siempre presente en el cerebro no muy sólido de la brigadiera, llegó a exasperarla a tal punto, que convirtió la casa muy pronto, de monarquía absoluta, pero discreta, que era, en feroz e insufrible despotismo.

La verdad es que se casó con él enamorada, locamente enamorada, hasta el punto de hacer lo que hizo, abandonar su casa y su familia por seguirle, sin importarse de su honra ni de su nombre. Pero, este amor, con la edad, se convirtió en una manía, en una obsesión de todos los momentos; apenas dormía, pensando que otras mujeres pudieran robarle el tesoro de su Bernardino.

Estaba rojo, sus manos se crispaban coléricas, su respiración se convirtió en jadeo fragoroso.

Esta última palabra convirtió la sonrisa de él en franca carcajada. «¡Trabajar!...» Pero la duquesa siguió hablando seriamente de su «trabajo». Lamentaba la escasez de sus medios. Unos treinta mil francos era el único capital de que podía disponer. A veces disminuía de un modo alarmante: los treinta mil bajaban á ser una simple unidad.

Apacíguala, si me amas. Ester se dirigió de nuevo á Perla, con el rostro encendido, dando una mirada de soslayo al ministro, y exhalando luego un hondo suspiro; y aun antes de haber tenido tiempo de hablar, el color de sus mejillas se convirtió en mortal palidez. Perla, dijo con tristeza, mira á tus pies.... Ahí... frente á ... al otro lado del arroyuelo.