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Actualizado: 12 de mayo de 2025


» No me respondieron una palabra. Don Santiago me había oído sin apartar de sus ojos compasivos; pero su mujer era una roca. »Convencida de ello, abandoné por inútiles los toques al sentimiento de aquella inexorable criatura, y acometí de frente la empresa llamando a las cosas por sus nombres.

Refugio, la querida de Juan Pablo, estaba aquel invierno muy mal de ropa, y no iba al café del Siglo, sino al de Gallo, porque le cogía cerca (la pareja moraba en la Concepción Jerónima), y además porque la sociedad modesta que frecuentaba aquel establecimiento, permitía presentarse en él de trapillo o con mantón y pañuelo a la cabeza. Agregábansele a Refugio algunas personas con quienes tenía amistad fácil y adventicia, de esas que se contraen por vecindad de casa o de mesa de café. Eran un portero de la Academia de la Historia con su esposa, y un cobrador municipal de puestos del mercado, con la suya o lo que fuese. Este matrimonio solía ir los domingos acompañado de toda la familia, a saber: una abuela que había sido víctima del 2 de Mayo, y siete menores. El café se compone de dos crujías, separadas por gruesa pared y comunicadas por un arco de fábrica; mas a pesar de esta rareza de construcción, que le asemeja algo a una logia masónica, el local no tiene aspecto lúgubre. En la segunda sala, donde se instalaba Refugio, había siempre animación campechana y confianzuda, y como el espacio es allí tan reducido, toda la parroquia venía a formar una sola tertulia. En ella imperaba Refugio como en un salón elegante en el cual fuera estrella de la moda, Dábase mucho lustre, tomando aires de señora, alardeando de expresarse con agudeza y de decir gracias que los demás estaban en la obligación de reír. Poníase siempre en un ángulo, que tenía, por la disposición del local, honores de presidencia. Cuando Maxi iba, su cuñada le hacía sentar a su lado, y le mimaba y atendía mucho, con sentimientos compasivos y de protección familiar, permitiéndose también tutearle y darle consejos higiénicos.

Hacía un rato que el tabique no comunicaba queja alguna. Dos o tres amigas de la Fábrica, entre ellas Guardiana, que ya no se quejaba de la paletilla, entraban un momento, se ofrecían, se retiraban con ademanes compasivos, con resignados movimientos de hombros, con reflexiones pesimistas acerca de la fatalidad y de la ingratitud de los hombres.

El P. Jacinto vió á Doña Blanca transfigurada; reconoció en ella un corazón de mujer que antes no había sospechado siguiera bajo la aspereza de su mal genio, y le tuvo lástima y la miró con ojos compasivos. Ella prosiguió: He meditado en largas noches de insomnio sobre la resolución de este problema, y no veo nada mejor que el casamiento de Clara con D. Casimiro.

Doña Tula me miraba fijamente, con ojos compasivos, mientras el enano y yo arreglábamos el asunto. Confieso que aquella extemporánea compasión me desconcertaba más que lo habían hecho las expresiones de su amigo. Se convino en que el casamiento se realizaría con el permiso escrito de doña Tula, pero fuera de la casa y sin que Gloria se presentase en ella ni antes ni después de casada.

Yo soy liberal; yo me batí en el último sitio como auxiliar, comiendo carne de caballo y pan de habas; yo tomaría el fusil otra vez, si volviesen los carlistas. ¿Pero aun crees , Luis, en esa leyenda de los jesuítas tenebrosos, cometiendo los mismos crímenes que ellos atribuyen á los masones?... Y Sánchez Morueta miraba con ojos compasivos á su primo, sin dejar de sonreír.

Pero los buenos amigos se murieron o se cansaron, y los parientes no se mostraban compasivos.

Te están contemplando los ojos curiosos, pero compasivos, de una mujer: no es la mano del pescador, no. ¿Qué quiere aquélla? Sólo veros, saludaros y que os contemple su hijo, dejándoos disfrutar de vuestro elemento natural, y deseándoos salud y prosperidades. A veces no hay necesidad de errar á mucha distancia: todo lo encontramos en un mismo sitio.

Sintió de pronto dos dolores agudos, como una herida gemela hecha con dos armas a un tiempo: distinguió una tijera enorme que sobre ella se cernía; vio caer al suelo dos alas de paloma blancas y ensangrentadas; y sin ser poderosa a más, cayó ella también, pero de prodigiosa altura; no al suelo del jardín, sino a un precipicio, una sima muy honda, muy honda.... Allá en el fondo ardían dos lucecicas, y la miraban unos ojos compasivos de mujer vestida de blanco.... Ni más ni menos que caía en la gruta de Lourdes... no podía ser otra; estaba tal como la había visto en la iglesia de San Luis en Vichy; hasta la Virgen tenía los mismos rosales, los mismos crisantemos.... ¡ay, qué fresca y hermosa era la gruta, con su manantialillo murmurador!

Palabra del Dia

ancona

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