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A Ulises se lo mató Lagartijo; a Héctor, Bocanegra; Mazzantini hizo papilla a Roldán; Aquiles quedó ciego de unas puñaladas que le metió Frascuelo; y un gallo de sangre mestiza y ruin, color blanco, llamado Espartero, propiedad de un ebanista, aniquiló a Carlomagno, Manfredo, Hércules y otros seis héroes desgraciados.

A veces, es verdad, una misma figura recibe diferentes colores, diferentes grados de calor ó frio, diferentes posiciones etc. etc., pero tambien á veces sucede lo contrario, y con el mismo color, con el mismo grado de calor ó frio, es decir con la continuidad de otras sensaciones, el objeto cambia de figura; y así como un círculo rojo se hacia antes círculo verde, así el mismo objeto rojo se hace circular, y despues triangular.

Manos sutiles como suavidades de lago, de seda que se aleja en rítmico frufú, como el hogar quimérico de un ensueño muy vago sobre las aguas mansas del piélago de azur. Frente color de aurora, donde bellas florecen, con aromas de cielo, flores de castidad; mejillas sonrosadas que en su gracia parecen vírgenes de los lienzos de la pasada edad.

Pero la hora de la poesía fascinadora no es la hora en que se ve con mayor claridad. Según el adagio vulgar, de noche todos los gatos son pardos. Entre dos luces todos los gatos son azules, que es el color de la ilusión. Acriollando el adagio, bueno será añadir que conviene huir de los «gatos» a toda hora, de noche, de día y entre dos luces.

Los primeros esquifes de pesca partían las aguas con ondulaciones de color anaranjado; sonaban a lo lejos, veladas por la húmeda brisa mañanera, las campanas de la catedral; comenzaban a rechinar las grúas en la orilla donde el lago deja de serlo, encauzándose para convertirse en el Rhin; los pasos de los criados y los frotes de la limpieza despertaban en el hotel los ecos del claustro monacal.

Si no salía honrada e cumplida, como era menester, no la poníamos en la lonja por todo el oro de las Indias. ¡Ah, cuando estaba yo por rematar una hoja e sacábala por última vez de las ascuas, color de hígado, y le untaba la riñonada para ponella a enfriar punta arriba, me temblaba el corazón, señor hidalgo! Ramiro observó de reojo a su interlocutor.

Para amar hay que conocer y no basta la etiqueta... »Como usted ve, señora, tengo la debilidad de desear un matrimonio de inclinación, pero, desagraciadamente, la vida de nuestras pequeñas poblaciones se presta poco a ello. En Bellefontaine, donde vivo, los hombres están agrupados de un lado y las mujeres de otro. Conocemos el color de los sombreros de esas señoritas, pero no el de sus ideas.

Pero el poder de Roma había sido muy grande, y en todas partes había puentes y arcos y acueductos y templos como los de los romanos; sólo que por el lado de Francia, donde había muchos castillos, iban haciendo las fábricas nuevas, y las iglesias sobre todo, como si fueran a la vez fortalezas y templos, que es lo que llaman «arquitectura románica» y del lado de los persas y de los árabes, por donde está ahora Turquía, les ponían a los monumentos tanta riqueza y color que parecían las iglesias cuevas de oro, por lo grande y lo resplandeciente: de modo que cuando los pueblos nuevos del lado de Francia empezaron a tener ciudades, las casas fueron de portales oscuros y de muchos techos de pico, como las iglesias románicas; y del lado de Turquía eran las casas como palacios, con las columnas de piedras ricas, y el suelo de muchas piedrecitas de color, y las pinturas de la pared con el fondo de oro, y los cristales dorados: había barandas en las casas bizantinas hechas con una mezcla de todos los metales, que lucía como fuego: era feo y pesado tanto adorno en las casas, que parecen sepulturas de hombre vanidoso, ahora que están vacías.

La tarde se cerró temerosamente en lluvias y ventisca, tomándola por la mano así antes de tiempo las sombras de la noche. Las nubes aglomeradas y empinándose en las cumbres, levantaban unas como montañas cenicientas que juntaban la tierra con el cielo, resaltando más y más aquel color pálido con otras nubes espantosas que volaban inciertamente por la agitada atmósfera.

Después, Zaratustra enseñaba con orgullo de artista los adornos de algunos trozos de pared libres de guiñapos: estampas de santos, cromos de señoras en pelota, o con bailarinas de color de rosa, todo recogido al azar, en el curso de la busca, y que inmediatamente tomaba sitio en el dormitorio con ayuda de tachuelas o pan mascado.