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Actualizado: 1 de junio de 2025
Para amar hay que conocer y no basta la etiqueta... »Como usted ve, señora, tengo la debilidad de desear un matrimonio de inclinación, pero, desagraciadamente, la vida de nuestras pequeñas poblaciones se presta poco a ello. En Bellefontaine, donde vivo, los hombres están agrupados de un lado y las mujeres de otro. Conocemos el color de los sombreros de esas señoritas, pero no el de sus ideas.
Me quedé muy pensativa después de la lectura de esta carta singular que tan bien concuerda con mis ideas... Genoveva, pues, no se había engañado; existe realmente un joven que piensa como yo en esta cuestión del matrimonio... ¡Lástima que el señor Baltet viva en Bellefontaine en lugar de vivir en Aiglemont!... En fin, qué le hemos de hacer...
Pero hay que oírla murmuré con una fantástica visión en el corazón y en los ojos. ¡Bah! habría de ser sorda para no oír, al menos, las campanadas de una parte... Es verdad... pero con algodón en los oídos... ¿Tiene usted algodón ahora? me preguntó la de Ribert, con una sonrisa enteramente maternal. No respondí, ruborizándome; al menos para lo que viene de Bellefontaine...
¿Será que mi cabeza descarrila, como dice algunas veces la abuela?... 29 de enero. Esta tarde, me ha sorprendido la abuela registrando el diccionario geográfico. ¿Qué buscas, Magdalena? Nada, abuela... El nombre de una población balbucí ruborizándome de un modo anormal. ¿Qué nombre? Bellefontaine murmuré ocultando esta vez la cara en el libro.
Palabra del Dia
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