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Actualizado: 8 de septiembre de 2025
Ella misma me dijo un día que, en nuestra época, la hembra que piensa un poco se considera infeliz y odia todo lo que la rodea si no posee un collar de perlas, que es como el uniforme de la mujer moderna... Hay un ser más temible, querido Ricardo, que la mujer que busca á todo trance el collar de perlas: es la que lo tuvo, lo perdió, y quiere volver á conquistarlo sea como sea.
Del semestre de Navidad no pudo entregar á don Salvador mas que una pequeña parte. Llegó San Juan, y ni un céntimo. La mujer estaba enferma; para pagar los gastos hasta había vendido el «oro del casamiento» las venerables arracadas y el collar, de perlas, que eran el tesoro de familia, y cuya futura posesión provocaba discusiones entre las cuatro muchachas. El viejo avaro se mostró inflexible.
Hubo un largo silencio; y el marido, que seguía pensativo, dijo de pronto, como si hubiese encontrado una solución: Por suerte, tenemos tus joyas. Podemos venderlas antes de embarcarnos. Miró Elena irónicamente el collar y las sortijas que llevaba en aquel momento. No llegarán á dar dos mil francos por éstas ni por las otras que guardo. Todas falsas, absolutamente falsas.
La llegada del duque fue una nueva prueba de la maldad de la señora Chermidy. El pobre anciano había hecho el viaje sin accidentes gracias a ese instinto de conservación que nos es común con los animales; pero su espíritu había desgranado todas sus ideas por el camino, como un collar cuyo hilo se rompe.
A las mujeres se las trata siempre con la punta de la bota: entonces marchan admirablemente.... Después de verter estas breves y profundas palabras, se paró delante de un escaparate. Hombre, mira qué collar tan bonito. Si le viniese bien al Perl se lo compraba. Ramoncito miró el collar sin verlo, enteramente absorto en sus tristísimos pensamientos.
Pura, que era renombrada por su estranjerismo en el vestir, aquel día llevaba un vestido de raso negro de mangas cortas muy ceñido y muy largo con volantes de ancho encaje azul, un collar de perlitas, medias de seda negra, zapatos de raso claro con la punta algo encorvada, y el pelo, recogido a la vierge, salpicado entre los rizos de alfileritos con cabeza de brillante.
Era de baja estatura y prominente abdomen, la cara ancha, la nariz algo aplastada, y una barba en collar, de un blanco sucio y amarillento, todo lo cual le daba lejana semejanza con la cabeza de Sócrates. Al estar de pie, su vientre abultado y flácido parecía moverse con las palabras dentro del amplio chaleco; al sentarse, subíasele esta parte de su organismo sobre el flaco pecho.
Entre estas alhajas escandalosamente falsas, la única que merecía cierto respeto era un collar de perlas, que, al sentarse su dueña, venía á descansar sobre el globo de su vientre. Estas perlas irregulares, angulosas y con raíces se parecían á los dientes de animal que emplean algunos pueblos salvajes para fabricarse adornos.
Cerca de este grupo majestuoso, y buscando su contacto, estaban otras damas, a las que llamaba Maltrana «aspirantes a pingüinos». Eran la esposa y las niñas de Goycochea el español, la señora del millonario italiano, cuyo collar de perlas rivalizaba en valor y continuas exhibiciones con el de la mujer del banquero, sus hijas, la institutriz inglesa y toda la familia de la Boca que traía a su costa a Monseñor.
Los brazos de soberana blancura escapábanse de los embudos de seda de una túnica japonesa cruzada sobre el pecho, la cual dejaba al descubierto el arranque del cuello adorable, ligeramente ambarino, con las dos rayas que recuerdan el collar de la madre Venus.
Palabra del Dia
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