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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Manzanares, que escuchaba con un orgullo de clase el relato de su amigo, miró luego a Maltrana. Aprenda usted, joven. En el mundo existen hombres de mérito aunque no hayan escrito en los papeles. Ahí tiene el ejemplo en don Antonio Goycochea. Entró en Buenos Aires con peseta y media, y hoy tiene ocho millones de pesos... tal vez diez... tal vez doce. Goycochea le interrumpió modestamente.

Cuando estuve allá la última vez, hablaba el alcalde de ponerle mi nombre a una calle y una lápida al casucho donde nací... Yo no tengo su posición, señor Goycochea, pero he hecho la mía y me ha costado sudarla como a usted. Puedo retirarme cuando quiera; ¡para los hijos que he de mantener!... Pero le tengo ley a mi establecimiento, que empezó siendo una miseria y hoy ocupa un cuarto de manzana.

Y al mismo tiempo que Goycochea parecía admirar imaginativamente con la ternura del recuerdo este pantalón, único lujo de su pobreza, contemplaba en una de sus manos el centelleo de un brillante límpido y tembloroso como una gota de luz. Tenía yo un gran amigo en el barco, un chico de Aragón, compañero de cama y caldero, listo, muy listo, y eso que no sabía leer... ¡Pobre!

A me trajeron en una goleta de Cádiz con cargamento de sal declaró Manzanares, antiguo amigo de Goycochea . No cuánto tiempo estuvimos quietos en la línea por las malditas calmas. ¡Y qué alimentación!... El mejor librado era yo, que por ser muchacho ayudaba a los de la cocina y podía rebañar las sobras de los calderos... Y ahora, señores, nos damos el gusto de venir aquí.

Y Manzanares, que había «corrido mundo», y todos los años, en su viaje a París, conocía el Montmartre de noche, porque «el hombre debe verlo todo», empezaba a creer que esta compañera no estaba a nivel de sus triunfos comerciales, y por esto había de privarse de exhibirla como Goycochea ostentaba la suya , temiendo ciertos descuidos de su lenguaje.

Estaba hablando el señor Goycochea, un vasco de ojos claros, membrudo, bajo de estatura, la cabeza cana y el bigote y la barbilla teñidos de rubio con cierto descuido que dejaba visible el blanco de las raíces capilares. Maltrana le tenía por el más rico de los tres. Bastaba ver el respeto de sus compañeros, que callaban apenas tosía él indicando su deseo de hablar.

Pero un viejo sentimiento de gratitud y los propios gustos estéticos le hacían prorrumpir en elogios de su personalidad física. Además de ser muy buena, todavía se conserva hecha una real moza. Es algo parecida a su señora, amigo Goycochea. La mía pesa cien kilos. ¿Y la de usted? Goycochea hizo un gesto de tristeza. Había llegado a pesar algo más, pero en París se había puesto a régimen.

Tenía yo entonces diecinueve años continuó diciendo Goycochea luego de la interrupción de Maltrana , y me fui a pie con otro muchacho desde mi pueblo a Bayona, donde tomamos pasaje en un bergantín francés.

Eran de la señora de Goycochea y otras nobles matronas de una majestad paquidérmica. «¡PobrecitosCreyó ver en ellos gañanes tendidos, con los remos abiertos, respirando jadeantes después de la dura labor; cargadores en mangas de camisa que se limpiaban, renegando, la humedad de la frente luego de haber llevado un piano a cuestas.

Un mediano pasar nada más: una situación decente para la familia. La casa que es fuerte: la firma Goycochea y Mazpule tiene algún crédito. Giramos al año unos veinte millones. Pero nos deben mucho... ¡Hay tantas quiebras!

Palabra del Dia

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