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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Esa voz agria la estoy oyendo desde entonces: la oiré siempre, en mis mejores instantes, si continúo aquí. ¿Y la mirada de sus ojos?... Adiviné todos sus insultos mudos, la comparación rápida que hizo entre su miseria y mi aspecto de hombre fuerte y bien cuidado. Yo era para él un cobarde que pasea con mujeres, mientras los hombres están con los hombres, dando su vida por algo importante. ¡Bah!
Aquel cobarde que del triunfo dude, Quien al tirano eternizado crea, El que á los gritos del honor no acude Y do el pendon de libertad flamea, Ese es un vil de corazon cobarde Do el entusiasmo de la patria no arde.
Finalmente, muchas veces acepta el cobarde pero seguro recurso de la fuga; asiste a la última cita, mostrándose tan rendido como en la primera, y desaparece groseramente, dejando tras sí la humillación y el despecho, que cierran las puertas a la reconciliación.
Verdad es que el grande Alejandro, a un Soldado que se llamaba como él le mandó, o que dejara su nombre glorioso o que no le profanara cobarde.
Parece que una de las razones que alegó Gravina fue el mal tiempo, y mirando el barómetro de la cámara, dijo: «¿No ven ustedes que el barómetro anuncia mal tiempo? ¿No ven ustedes cómo baja?». Entonces Villeneuve dijo secamente: «Lo que baja aquí es el valor». Al oír este insulto, Gravina se levantó ciego de ira y echó en cara al francés su cobarde comportamiento en el cabo de Finisterre.
Como un relámpago acudió a mi mente el recuerdo de su negativa de perseguir y castigar a este hombre infame por el cobarde atentado contra su vida, y la razón se manifestó entonces clara y concluyente. ¡Era su esposa! El solo pensamiento me produjo un espasmo de celos, dolor y odio, porque la amaba con toda la pasión sincera y honrada de que es capaz un hombre de bien.
La tía Mariposa sólo pensaba en su biznieto, de cuya salud hacía grandes elogios. Poco le importaba la suerte de la madre; toda su atención era para el pequeño. Isidro se quedó allí. ¿Adónde ir?... Su cobarde laxitud había llegado a los últimos límites de la indiferencia. Estaba atravesando el momento de las grandes renuncias a la vida.
Colocad a la loca en un rincón y cuando hayáis conversado con vuestra amiga, volveos al jardín; pero tened cuidado de no perder de vista a Elena ni un solo instante. Ni un instante, señora. ¿De modo que no sabéis dónde está el intendente? No, señora, se marchó corriendo en cuando sintió vuestra voz abajo. ¡Qué cobarde! se habrá ido a esconder, pero lo encontraré.
¡Bah! Es que eres un cobarde. Como tienes el cuerpo tan grande se te pasea el alma dentro de él. Y acto continuo, observando la expresión de enojo y tristeza que se reflejaba en su semblante, tornó a abrazarle con trasportes de entusiasmo. No, no eres cobarde; pero inocente sí... Por eso te quiero, te quiero más que a mi vida. ¿No es verdad que te quiere tu filleta?
¡Ah! vida infame murmuró con un quejido de dolor, ¡cuánto me cuestas! ¡déjame, no quiero nada de ti, te desprecio! la mano me ha temblado, ¡qué cobarde soy!
Palabra del Dia
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