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Vanse CIPION y los suyos. No escuchas mas, cobarde? ya te escondes? Enfadate la igual justa batalla? Mal con tu nombradia correspondes, Mal podrás deste modo sustentalla; En fin, como cobarde me respondes: Cobardes sois, Romanos, vil canalla, En vuestra muchedumbre confiados, Y no en los diestros brazos levantados.

Te repito que es una mala muchacha, y si hoy encuentro a Castilla le daré un abrazo, de todo corazón. Y serás también un cobarde y un desdichado. Ya te ha mareado. El diablo debiera llevársela. Se quedaron callados, Julio quiso despedirse. Lucía, acercándose, le retuvo, mientras parecían sus ojos preguntar a uno y a otro: "¿Y cómo han arreglado el asunto estos dos rivales?"

¿Qué te importa? respondió la resuelta costurera. Es que si no duerme... ya ves... ¡Cáspita, la cosa es grave! Calla, cobarde; ¡vergüenza había de darte! Voy a hacer ruido por el gusto de verte correr. Pablito la estrechó entre sus brazos y le dió una razonable cantidad de besos. La joven sonreía dichosa. Mas de pronto su frente se arrugó; su fisonomía expresó una gran severidad.

A lo que dijo don Quijote: -Ladrón, ¿estás puesto en la horca por ventura, o en el último término de la vida, para usar de semejantes plegarias? ¿No estás, desalmada y cobarde criatura, en el mismo lugar que ocupó la linda Magalona, del cual decendió, no a la sepultura, sino a ser reina de Francia, si no mienten las historias?

Y continuó soltando infamias contra la novia de Rafael, sin que éste se inmutase. El aperador deseaba verla así; sentíase de este modo más fuerte para resistir a la tentación. La Marquesita, completamente ebria, insistía en sus insultos con la ferocidad de la mujer despreciada, pero sin separarse de él. ¡Cobarde! ¿Es que no te gusto?...

Si la persona que tiene alguna semejanza típica con la fisonomía de algún animal, tiene las propensiones del animal á quien se parece, aquel hombre debía tener alma de lobo, pero de lobo viejo y cobarde, que en sus últimos tiempos hace por la astucia, lo que en su juventud ha hecho por la fuerza.

Poco después de entrar en el locutorio, Montiño sintió abrirse una puerta y los pasos de una mujer. No traía luz. Luego oyó la voz de la madre Misericordia. El triste del cocinero mayor se estremeció. ¿Quién sois, y qué me queréis de parte del Santo Oficio? había dicho la abadesa con la voz mal segura, entre irritada y cobarde.

Me traté de cobarde y de insensata, y, reuniendo todas mis fuerzas, entré en el camino, donde el paso de los coches había dejado pequeños charcos, ya medio secos, que lucían como espejos. El viento que pasaba por las cimas de los álamos, hacía oír un sordo murmurio que me acompañó hasta la puerta de la granja.

En cambio, ¿qué vale el espíritu que se aparta del mundo real, creyendo adorar lo divino y adorándose a propio? Ni para resistir los golpes del infortunio más vulgar conserva brío suficiente. ¿Qué energía de voluntad me queda? Sólo soy capaz de vil y cobarde resignación o de morirme aquí de pena, como mujercilla nerviosa. ¡Qué vergüenza! No puedo más. ¡Ay de !

Y cuando venga la centella ardiente Que del cobarde el corazon caliente Y nos llene de aliento varonil; Danos sombra propicia con tus alas, Mientras que en el espíritu que exalas Impregnamos la túnica viril.