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Actualizado: 21 de octubre de 2025
Me levante, e inclinándome ligeramente me dirigí hacia la puerta. La alegre muchacha corrió a alumbrar el camino y el joven retrocedió un paso, fijos los ojos en mí. Al llegar a su lado me dijo: Con perdón, señor: ¿conoce usted al Rey? Jamás lo he visto, pero espero conocerlo el miércoles. Nada más dijo, pero presentí que sus ojos siguieron clavados en mí hasta que se cerró la puerta.
Uno y otro se estuvieron mirando breve rato, los ojos clavados en los ojos, hasta que Juan dijo en voz queda: «¡Si la hubieras visto...! Fortunata tenía los ojos como dos estrellas, muy semejantes a los de la Virgen del Carmen que antes estaba en Santo Tomás y ahora en San Ginés.
Me pregunté alarmado qué nueva maldad meditaba aquel bribón. Le oí reírse con sorna, como solía, y le vi volver de cara al muro, dar un paso hacia mí, y luego, con gran sorpresa por mi parte, empezó a bajar por al muro mismo. Comprendí que en éste había peldaños, ya cortados en la piedra, ya clavados de trecho en trecho entre los sillares.
Sus ojos estaban clavados con ansiosa curiosidad en la puerta del Saladero. Me acordé entonces de las damas del imperio romano, que daban la señal de muerte a los gladiadores, e hice una porción de reflexiones histórico-filosóficas, de las cuales hago gracia a los lectores. Cuando más embebido me hallaba en ellas, escuché una voz cerca que preguntaba: Caballero, ¿sabe V. qué hora es?
A trechos, en las paredes, mostrábanse, clavados, grandes carteles con versos valencianos en letras de colores, ante los cuales el público de las primeras horas obreros que iban al trabajo, criadas, barrenderos, etc. , después de deletrear trabajosamente, soltaba ruidosa carcajada. Pero lo que a las dos hermanas les llamaba la atención era la falla.
Por la mañana del martes 15, despues de rezar, y haberse todos encomendado á Dios, prosiguieron su viage, y á distancia de una legua de la dormida, dieron con una casa, que por un lado tenia seis banderas de paño de varios colores, de media vara en cuadro, en unos palos altos, clavados en tierra, y por el otro lado cinco caballos muertos, embutidos de paja, con sus clines y cola, clavados cada uno sobre tres palos en altura competente.
¡Niño! gritó D. Bernardo con voz estentórea. ¡Ven ahora mismo a sentarte a la mesa! El muchacho levantó la cabeza atemorizado y mirando a su padre que tenía los ojos clavados en él con terrible expresión de cólera, comenzó a caminar a regañadientes y como arrastrado hacia la mesa.
Acompañe al descanso de las espadas la obra de la predicacion; suceda al tráfago de la guerra y al clamor de los combates la agitacion pacífica de los ingenios; enmudezcan en buen hora los atabales, pero óigase por do quiera el rumor de la gente consagrada al trabajo de la palanca, de la fragua, del cincel y del martillo: para el grandioso objeto á que eres llamado Allah te permite tambien esplorar y remover las secretas entrañas de los montes: haz abrir las canteras de la vecina sierra, haz amasar la tierra regada con la sangre de los infieles y rebeldes, haz cortar los árboles de los bosques en que fueron clavados los caudillos traidores; yo te inspiraré la forma que has de ordenar para la Caaba del Occidente, y cuando ya la tengas erigida, la poderosa voz de los lectores y alkhatibes arrullará el sueño de los leones africanos, y el armonioso concierto de los almuedanes lanzado á los cuatro vientos desde el enhiesto alminar, hará enmudecer cinco veces cada dia el importuno clamor de las campanas de Cristo . «Dios es grande.
Quiero ver desde esas puras estrellas que ocultas con tu presencia a esta mísera tierra encadenada a su feroz egoísmo, a su tristeza y oscuridad... Un estremecimiento de anhelo sacudía, el cuerpo del escultor. Su faz parecía iluminada por una luz inmortal: sus nervios se dilataban por la emoción: en sus ojos extáticos, clavados en el cielo, temblaba una lágrima.
La hermosa, que tenía los ojos clavados en el vacío, volvió la cabeza hacia su adorador, le miró unos instantes con expresión vaga, distraída, como si no le viese. Levantose de pronto y se alejó sin decir palabra para sentarse enfrente. El indiano quedó con la misma sonrisa estereotipada en el rostro; la mueca petrificada de un sátiro.
Palabra del Dia
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