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Este, sentado entre una barricada de melones y sandías, parecía una figura chinesca, y atraia con sus galantes invitaciones; aquel, como un mostrador ambulante, llevaba sobre la cabeza una enorme artesa ó canasta de mimbres, donde bailaban á cada movimiento los panecillos de azúcar ocañera, las cajetillas de suculento ariquipe, los atados de cigarros y los olorosos panes de maiz; y el de mas acá ó mas allá se pavoneaba con una torre de abisperos de papelon, de tortas de cazabe y de otras muchas golosinas que son el regalo de los viajeros de menor cuantía y los navegantes.

Enviando a Vuestra Excelencia los días pasados mis comedias, antes impresas que representadas, si bien me acuerdo, dije que don Quijote quedaba calzadas las espuelas para ir a besar las manos a Vuestra Excelencia; y ahora digo que se las ha calzado y se ha puesto en camino, y si él allá llega, me parece que habré hecho algún servicio a Vuestra Excelencia, porque es mucha la priesa que de infinitas partes me dan a que le envíe para quitar el hámago y la náusea que ha causado otro don Quijote, que, con nombre de segunda parte, se ha disfrazado y corrido por el orbe; y el que más ha mostrado desearle ha sido el grande emperador de la China, pues en lengua chinesca habrá un mes que me escribió una carta con un propio, pidiéndome, o, por mejor decir, suplicándome se le enviase, porque quería fundar un colegio donde se leyese la lengua castellana, y quería que el libro que se leyese fuese el de la historia de don Quijote.

Mi Chermidy volvió a endosarse el uniforme, desembarcó con sus hombres, fue de nuevo a la cárcel y derribó las puertas, sin hacer caso a los misioneros que le hacían señas con los brazos para que regresara al buque. Encontró en el calabozo dos figuras de cera, modeladas con una perfección chinesca; eran los dos misioneros que le habían enseñado el día anterior. »Mi marido montó en cólera.

Donde quiera que se levantaban los ojos se veían siempre enormes cometas de papel, ora en forma de dragones, ora de cetáceos o aves fabulosas, llenando el espacio de una inverosímil legión de monstruos transparentes y ondeantes. ¡Sa-Tó, basta de ciudad tártara! Vamos a ver los barrios chinos. Y allí fuimos, penetrando en la ciudad chinesca por la parte populosa de Tchin-Men.

Detrás venía la hija, hecha un sol, con su lindo vestido de seda chinesca, su mantilla de madroños, su alta peineta de concha y un montón de claveles junto a la peineta. Como el vestido era alto, Juanita no llevaba pañuelo y mostraba toda la gallardía y esbeltez de su talle.

Aquí todas las cosas se cobijan bajo un manto de coquetismo, tambien el sueldo. Paris no querria, le concedo esta idealidad noble y generosa, un sueldo grosero, ignorante, idiota, no; no quiere el oro que se da por ir al teatro, con el fin de ver las maniobras de un hechicero, de una bruja, si las hubiera: busca siempre y en todas partes la satisfaccion de su genio artístico; su sombra chinesca.

Se estrenaba menos, era menor la variedad, pero se lucían cosas buenas y sólidas, que pasaban docenas de años en los roperos sin que hubiera polilla con valor para hincarlas el diente. ¡Todo se ha perdido! ¡Adiós, cortinajes de damasco! ¡Abur, seda chinesca!

Para que uno se lograse a fuerza de cuidados y desvelos, perecían treinta o cuarenta. La vigilancia constante de los jardineros no bastaba a impedir esta considerable mortandad. La casa, tampoco era de estilo nacional, ni siquiera europeo. Estaba construída según los preceptos de la arquitectura chinesca, llena de torrecillas festonadas por todos lados.

Se trataba de un precioso servicio de café, de legítima procedencia chinesca, que mi abuelo compró en un puerto del Pacífico, a bordo de un navío inglés que volvía del Celeste Imperio. Era el encanto de la casa. Un día, jugando a la pelota, ¡chas! quedó hecho pedazos. Pues bien, como te iba yo diciendo: prosiguió mi tía, es muy buena muchacha... y te quiere mucho.

Mucho de esto ha desaparecido en las renovaciones de estos últimos veinte años; pero la estrechez de las viviendas subsiste. Creció Bárbara en una atmósfera saturada de olor de sándalo, y las fragancias orientales, juntamente con los vivos colores de la pañolería chinesca, dieron acento poderoso a las impresiones de su niñez.