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Actualizado: 8 de julio de 2025
Las columnas sostenían un frontón adornado con un escudo de armas gigantesco. La balaustrada se coronaba con enormes pináculos rematados por esferas. Detrás escalaba el espacio la cúpula del templo, de un gris de globo hinchado, rematada igualmente por pináculos y bolas, lo que la daba cierto aspecto de pagoda chinesca.
Para suplir la falta de adorno natural, había levantado y traído hacia adelante los pocos restos de cabellera que le quedaban, sujetándolos por medio de un cabo de seda negra sobre la parte alta del cráneo, de donde formaban un hopito con la gracia chinesca más genuina. Momo, ¿quién es este señor? preguntó Stein a media voz. El comandante respondió este en su tono natural.
Sin relámpagos, sin truenos, la lluvia se hacía más copiosa cada vez, hasta convertirse en un diluvio nutrido y firme que el suelo absorbía sediento, dejando que el exceso de agua se acumulara en pequeñas corrientes que seguían el desnivel del piso como arroyos y ríos vistos desde gran altura y mientras el formidable aguacero caía como una colosal cortina chinesca de gruesos e infinitos hilos incoloros, las movedizas «ratoncitas» trinaban en los tirantes de los aleros como diciendo acongojadas: ¡qué va a ser de nosotras!...
La calle de estribor estaba inundada de luz; la de babor guardaba la humedad del mangueo reciente, con una fresca penumbra de galería subterránea. Corría la sombra del buque sobre las aguas unidas y tranquilas, como una silueta chinesca. En su lomo se marcaban los perfiles de botes y pescantes y la masa cuadrangular de la chimenea.
Palabra del Dia
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