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Yo conozco que la mesa es una hora de recreo para muchas personas: conozco que quien va á comer pagando su dinero, no debe ver nada que le repugne; esto es muy justo; pero del aseo á una etiqueta impropia; de la decencia al coquetismo; de un servicio decoroso á un servicio refinado y tonto; tonto, si no fuera otra cosa peor, hay una distancia que ninguna razon puede llenar.

¿No es esa la jóven que entró aquí sola á presencia de todo el mundo? Pues si aquí vino sola, si sola se iria hasta el fin de la tierra, ¿por qué ese coquetismo de que la acompañe el tenor ante un público que está convencido de que no tiene necesidad alguna de compañía?

La vida de provincias, ofreciendo al coquetismo un campo muy restringido, permite que estas diablesas entretengan su liviandad y desplieguen sus dotes de seducción en el terreno eclesiástico, toleradas por el clero, que a toda costa quiere atraer gente, venga de donde viniere, y congregarla y nutrir bien los batallones, aunque sea forzoso admitir en ellos para hacer bulto lo peor de cada casa.

Hable usted con mi señora, si le parece bien. La prostituta echó hácia atrás con la velocidad de una carretilla. Yo conté á mi mujer lo sucedido, y mi compañera se sonrió de la manera como una mujer suele sonreirse en tales casos. Paris es la ciudad del coquetismo y de los efectos dramáticos.

Aquí todas las cosas se cobijan bajo un manto de coquetismo, tambien el sueldo. Paris no querria, le concedo esta idealidad noble y generosa, un sueldo grosero, ignorante, idiota, no; no quiere el oro que se da por ir al teatro, con el fin de ver las maniobras de un hechicero, de una bruja, si las hubiera: busca siempre y en todas partes la satisfaccion de su genio artístico; su sombra chinesca.

Indudablemente, ¡cosa extraordinaria! sin embargo de ser Paris una ciudad tan iluminada, tan brillante, tan prodigiosamente espléndida, sin embargo de ser un coquetismo tan fastuoso y deslumbrador, no nos inspira poéticamente, como nos inspira cualquier ciudad de España, de Italia, de Suiza, de Grecia, de Oriente; como nos inspiran tambien los caseríos del Norte, dejándonos ver entre rocas y nieves sus chozas húmedas, cubiertas de limo verdoso, que como si fueran peñascos negros, parecen estar incrustadas en las laderas de un monte sombrío, ó quizá en los bordes de un abismo insondable.

Más claro, veo en ese refinamiento un coquetismo, una ridiculez, y creo que la ridiculez y la coquetería no son un homenaje tributado al público, ni á la actriz, ni á la mujer. El tenor se retiró haciendo cortesías exageradas, y ella quedó en la escena inclinada hácia el público, como la red que baja al fondo para rastrear algo. La actriz no se engañaba; el público aplaudió.