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Actualizado: 18 de julio de 2025


¿Han entregado la carta? preguntó Currita. Como dijo la señora condesa que trajesen antes la antipirina... Pues anda, mujer... ¡Si dice en el sobre urgente!... No bien salió Kate, arrojó Currita en la chimenea la medicina y dirigióse muy de prisa al salón azul, donde acababa de entrar Jacobo.

Llegó hasta á no disimular bastante y estando Bobart y su tía hablando cerca de la chimenea, Herminia rompió á reír sola de un modo tan repentino y tan poco justificado, que la señorita Guichard levantó los ojos con severidad y dijo agriamente: ¿Qué te pasa, hija mía? ¿Somos, acaso, Bobart y yo, más cómicos de lo que habíamos creído?

Siempre que don Pablo Aquiles volvía de la oficina, éste era el tema favorito de conversación con su hermana; sentado al lado de la lumbre, cuando había leña, y mirando melancólicamente los pajarracos de la pantalla de chimenea, cuando ésta estaba apagada.

Aquella pequeña y tersa frente de estatua griega sentía su sombra y se obscurecía. Elena dejó escapar un suspiro, apartó sus ojos extáticos del horizonte y se alzó del asiento. Miró el reloj de la chimenea: eran las once. Tomó el quitasol y bajó al parque.

Esto me recuerda una de la mayores humillaciones de mi vida, un día en que mi pobre tía me sorprendió encaramada en una silla delante de la chimenea del comedor, con la nariz pegada al tremó, que tenía reflejos verdes, para verme más de cerca. Mi tía se indignó enormemente y me llevó, toda temblorosa, hasta la sacristía, donde estaba usted escribiendo en un gran librote.

Antiguos buques-correos, veloces carreristas de las olas, se veían descendidos á la vil servidumbre de barcos de transporte. Otros, negros y sucios, con pegotes de apresurada reparación y una chimenea tísica sobre su casco enorme, avanzaban tosiendo humo, escupiendo ceniza, jadeando con ruidos de hierro viejo.

Diciendo estas palabras, el señor Aubry tomó afectuosamente el brazo de su mujer y la mano de su hija, como cuando era pequeña, y agregó alegremente: ¡A la mesa, hijas mías! Por la noche, cuando María Teresa se retiró a su cuarto, se instaló cerca de la chimenea, con un libro; pero su espíritu volaba lejos de lo que trataba de leer.

Francisca no es seria exclamó Celestina, que iba a arreglar el fuego de la chimenea, y aprovechó la oportunidad para mezclarse en la conversación. ¿ qué sabes? dije descontenta. lo que respondió Celestina con la dignidad de los grandes días. Una señorita que no habla más que de casarse, no es una señorita seria... Cállese usted, Celestina replicó la abuela.

La veía encerrada en un medallón de seda, vestido interior impuesto por la estrechez de los trajes de moda, con cierto aire masculino y gracioso de doncel medieval, agitando sus crenchas cortas de gruesos bucles negros, su pelo verdadero, libre de los postizos del peinado, que esperaban sobre el mármol de la chimenea el momento del acople.

Bien, bien dijo Artegui, vuelto ya a su displicente reserva. Rompió el tren a andar, y quedose Sardiola de pie en el andén, agitando la servilleta en señal de despedida, sin mudar de actitud hasta que el humo de la chimenea se borró en el horizonte. Lucía miraba a Artegui, y hervíanle las preguntas en los labios. Mucho le quiere a usted ese pobre hombre murmuró al fin.

Palabra del Dia

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