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Actualizado: 29 de junio de 2025
Cesaron las conversaciones mantenidas a media voz, y un silencio hostil y penoso empezó a gravitar sobre todos aquellos hombres. Jaime se apoyó en una pilastra del porche, alta la frente, arrogante el ademán, destacando su figura sobre el fondo del horizonte, como si adivinase los ojos que en la obscuridad estaban fijos en él. Sentía cierta emoción, pero no era de miedo.
Finalmente, cerraban la marcha, pero á pie, los ministros, los altos funcionarios y un destacamento de la Guardia gubernamental con largas lanzas. Cuando los cinco del Consejo Ejecutivo y el Padre de los Maestros con sus respectivos séquitos se instalaron en el estrado de honor, cesaron de sonar las trompetas, los tambores y la música, haciéndose un largo silencio.
Al alejarse este peligro cesaron de sonar los instrumentos. Febrer vio al Cantó que se apoderaba del tamborcillo, sentándose en el espacio libre que antes ocupaban los bailarines. Las gentes se agruparon en semicírculo frente a él. Las respetables matronas avanzaban sus silletas de esparto para oír mejor.
Sobre este entarimado, en la parte media, se elevaba una mesa cubierta por un rico paño negro, lleno de calaveras y otras figuras cabalísticas. La mise en scène resultaba lúgubre, é impresionó á los alegres visitadores. Las bromas cesaron, se hablaba en voz baja y por más que algunos se querían mostrar despreocupados, en los labios no cuajaba la risa.
Su respiración comenzó a ser menos agitada. Abriose su boca, absorbiendo el aire con grandes y ruidosas aspiraciones; la nariz se dilató desmesuradamente, chocando después sus alillas al contraerse. Comenzaron a descender en intensidad los estremecimientos; los músculos cesaron de contraerse. Los brazos se extendieron pegados a las piernas inmóviles.
Empezada la misa, no cesaron los tiros en el portal de la iglesia, y la gaita siguió tocando en el coro, acompañando á los cantores, entre los cuales estaba mi tío, que era una especialidad para echar la epístola. Tocó su turno al predicador, cuyo sermón era el gran acontecimiento del día.
De pronto las conversaciones cesaron: ¿por qué?... Lentamente, muy orondo, muy teatral, el mirar impertinente y dominador, un gallo se acercaba... «¡Chantecler!»... pensó Rostand. Y ya no vaciló: la obra estaba hecha.
De pronto los cascos del caballo cesaron de resonar y se hundieron en blanda alfombra: era una camada de estiércol vegetal, tendida, según costumbre del país, ante la casucha de un labrador. A la puerta una mujer daba de mamar a una criatura. El jinete se detuvo. Señora, ¿sabe si voy bien para la casa del marqués de Ulloa? Va bien, va.... ¿Y... falta mucho?
Ella no está como un guante, pero por dentro andará la procesión. Menudean los ataques de nervios. Ya sabes que cuando se casó cesaron, que después volvieron, pero nunca con la frecuencia de ahora. Su humor es desigual. Exagera la severidad con que juzga a las demás, la aburre todo. ¡Pasa unas encerronas! ¡Ta, ta, ta! eso no es decir nada. Es mucho. Nada en mi favor. ¿Tú qué sabes?
El rey había dejado de comer y escuchaba con atención. El padre Aliaga, con la cabeza apoyada en su mano, miraba profundamente al tío Manolillo. El bufón estaba pálido y conmovido. Aquellos gritos continuó el bufón cesaron, y tras ellos oí el llanto de una criatura recién nacida. ¿Era ella? ¿Era esa Dorotea, Manolillo? dijo el rey.
Palabra del Dia
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