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Actualizado: 22 de junio de 2025
Gabriel, asomado a la barandilla, vio cómo el cardenal salía al claustro bajo, recorriendo dos de sus galerías hasta llegar a la puerta del jardín. Un ligero ademán del prelado bastó para que se detuvieran los familiares, y él avanzó solo por la avenida central, dirigiéndose al cenador, donde Tomasa dormitaba entre los muros de hojas con la calceta en las manos.
Allí mandaba Frígilis y nadie más. En cuanto entró, se dirigió al cenador. Recordaba haber dejado encima de la mesa de mármol o de un banco, en fin, allí dentro, unas semillas preparadas para mandar a cierta exposición de floricultura. Buscó, y sobre una mecedora encontró un guante de seda morada entre las semillas esparcidas y mezcladas sobre la paja y por el suelo.
Hasta la puertecilla del muro, pero no más adelante. Iré al cenador. ¡Que me ahorquen si lo permito! exclamé levantándome y apoyando la espalda en la repisa de la chimenea. Sarto añadí, tengo confianza en esa mujer e iré. Pues yo no tengo fe en ninguna mujer, y no irá usted. O acudo a la cita o me vuelvo a Inglaterra le dije.
Una ráfaga de aire frío hizo temblar a la Regenta y arremolinó hojas secas a la entrada del cenador. El Magistral se puso en pie, como si le hubieran pinchado, y dijo con voz de susto: ¡Caramba! debe de ser muy tarde. Nos hemos entretenido aquí charlando... charlando...
Entraron en el parque y se diseminaron por él. Tristán y Clara se apartaron del grupo; Reynoso se fue a dar algunas órdenes al jardinero. Elena con Visita, Cirilo y el marquesito entraron en el cenador.
Yo comencé a decir que me había visto tan ocupado con negocios de Su Majestad y cuentas de mi mayorazgo, que había temido el no poder cumplir; y que, así, las apercibía a merienda de repente. En esto, llegó el repostero con su jarcia, plata y mozos; los otros y ellas no hacían sino mirarme y callar. Mandéle que fuese al cenador y aderezase allí, que entretanto nos íbamos a los estanques.
Presentando ante mi vista, en larga serie de cuadros, la primera y alegre francachela con el Rey, mi furioso ataque con la mesita de hierro en el cenador, la noche en el foso, la persecución por el bosque; amigos y enemigos, los que aprendieron a respetarme y quererme y los que procuraron arrancarme la vida.
Pues las cosas duras son las que se deben pensar en este mundo respondió Tristán alzando los hombros con desdén. No se habló más del asunto. Al cabo de un rato se levantaron de la mesa y fueron al parque. Algunas horas después, hallándose reunidos en el gran cenador de vuelta del paseo, llegó un criado con un telegrama para Reynoso.
Vendría Serafina, y mientras Minghetti y Emma continuaban sus lecciones interminables, ellos dos, Serafina y él, en el cenador de la huerta, ¡oh miseria!, ¡oh vergonzoso oprobio!, serían, como siempre, amantes; amantes de costumbre, sin la disculpa, aunque de poca fuerza, disculpa al fin, de la ceguedad de la pasión; amantes por el hábito, por la facilidad, por el pecado mismo....
¡El café en el cenador! ordenó la Marquesa. La había encontrado en un armario de la alcoba de su hermana Emma. Allí iba a dormir Edelmira. Salieron todos a la huerta, que era grande, rodeada, como el parque de los Ozores, de árboles altos y de espesa copa, que ocultaban al vecindario gran parte del recinto. Don Víctor, Paco y Edelmira corrían por los senderos allá lejos entre los árboles.
Palabra del Dia
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