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Actualizado: 22 de julio de 2025


Cuando hubimos salido del cenador, yo otra vez en cuatro pies detrás de ella, oímos de lejos al viejo que gritaba: ¿Es posible? ¿Hanckel, mi amigo Hanckel, está aquí? ¿Por qué no me han despertado entonces, cretinos, idiotas, miserables? ¡Mi amigo Hanckel aquí, y yo roncando! ¡runfla de canallas!...

Pero como en aquella florida juventud comercial no imperaban los procedimientos analíticos, se aceptaron sin controversia alguna el señorío y los privilegios de las citadas señoritas y se las colocó en el cenador en unión de sus papás como dioses mayores, a quienes D.ª Carolina y D. Pantaleón y algunas otras personas de edad asistían como dioses menores.

Llevaba vestido de corte, con ricas joyas, y su hermosura aparecía deslumbradora bajo la viva luz que la inundaba. El cenador no tenía más mueblaje que un par de sillas y una mesita de hierro como las que se ven en algunos cafés. No hable usted me dijo. No tenemos tiempo para ello. Limítese usted a escucharme, señor Raséndil. Escribí la carta por orden del Duque. Lo sospechaba dije.

Era la misma letra de la esquela que me había dado cita en el cenador de Antonieta de Maubán, y decía: «No tengo motivos para querer a Vuestra Alteza, pero Dios la libre de caer en poder del Duque. No acepte Vuestra Alteza invitación alguna suya. No vaya sola a ninguna parte; una fuerte guardia armada bastará apenas para protegerla. Enseñe esta carta al que reina hoy en Estrelsau

Ana salió con el libro debajo del brazo; fue a la huerta. Entró en el cenador, cubierto de espesa enredadera perenne.

Y, dentro del cenador, en la penumbra fresca, ella se tiende a medias sobre el banco carcomido... Se seca con el pañuelo la frente, el cuello, hasta el escote de la bata... ¡Qué hermosa es así! ¡qué hermosa!

El Magistral pasó por el patio al Parque. Ana le esperaba sentada dentro del cenador. «Estaba hermosa la tarde, parecía de septiembre; no duraría mucho el buen tiempo, luego se caería el cielo hecho agua sobre Vetusta...». Todo esto se dijo al principio. Ana se turbó cuando el Magistral se atrevió a preguntarle por la jaqueca.

Como la Torrebianca esperaba la agresión, se defendió á tiempo, haciendo esfuerzos por repelerle. Se hallaban en esta lucha, cuando apareció el contratista en la entrada del cenador. Pero ninguno de los dos pudo verle. Canterac seguía ocupado en su tenaz propósito de besarla; y ella, olvidando sus remilgos de coqueta, lo repelía violentamente.

La puerta del jardín está ya cerrada y guardada por ellos. A este lado del cenador, junto a la tapia, hallará una escalera, puesta allí para salvarlo... ¿Y usted? Yo representaré mi papel. Si el Duque descubre lo que estoy haciendo, no volverá usted a verme nunca. De lo contrario, quizás yo... Pero no importa. Parta usted. ¿Y qué le dirá usted? Que usted no acudió a la cita. Que sospechó el lazo.

Hasta dónde puede esto influir en el espíritu de un pueblo ocupado de estas ideas durante dos siglos, no puede decirse; pero algo debe influir, porque ya lo véis: el habitante de Córdoba tiende los ojos en torno suyo y no ve el espacio; el horizonte está a cuatro cuadras de la plaza; sale por las tardes a pasearse, y en lugar de ir y venir por una calle de álamos, espaciosa y larga como la cañada de Santiago, que ensancha el ánimo y lo vivifica, da vueltas en torno de un lago artificial de agua sin movimiento, sin vida, en cuyo centro está un cenador de formas majestuosas, pero inmóvil, estacionario.

Palabra del Dia

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