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Actualizado: 28 de junio de 2025


No extrañes, pues, que, vencida y rendida yo, cayese desde luego en tus brazos sin defenderme, y te diese mi corazón y fuese toda tuya. »Había yo querido antes cohonestar la inclinación que hacia ti había sentido, imaginándote vivo retrato del hombre a quien yo había amado en mis primeras mocedades, y a quien había llorado largos años después de muerto.

¿Te sientes mal, de veras? replicó la niña abriendo mucho sus ojos azules sin conseguir que pareciesen inocentes. Un poco. ¿Quieres que avise? No; si lo que me hace daño son tus ojos. ¡Ah, vamos! exclamó ella riendo como si cayese entonces en la cuenta. ¡Entonces los cerraré! ¡Oh, no; no los cierres, por Dios! Si los cerrases, me pondría mucho peor. Entonces me iré dijo levantándose de la silla.

Tal proceder impresionó fuertemente el corazón de la pobre ciega; si antes amaba entrañablemente a su novio, desde entonces su amor se convirtió en adoración. Efectuose el matrimonio, casi por la misma época que el de don Germán con Elena. No se pasaron muchos días sin que una nueva desgracia cayese sobre ellos y les pusiese a prueba.

Cuando esto ocurriera, cuando doblegada por el dolor cayese en brazos de la resignación, entonces sería llegado el instante oportuno para dirigir su pensamiento y encauzar sus sentimientos, trasformándolos de terrenales en piadosos, haciendo que de entre las cenizas del amor mundano surgiese ese divino fuego místico que abrasa y no consume.

La misma suerte corrieron las casas de los blancos: todas fueron asaltadas y robadas y el cabecilla que mandaba los foragidos hubo de amenazar á un joven que se encontraba en la tienda de Fernando Campo, diciéndole que por cada negro que cayese ellos "arreglarían" á dos blancos.

Unos gatos flacos y espeluznados rodaban en torno de la mujer, esperando que cayese algo de la olla: unos animales lúgubres, de mirada feroz, tigres empequeñecidos que parecían alimentarse con el hambre que sobraba á sus amos. La vieja rompió en lamentaciones al conocer á don Luis.

Eran aventureros que querían la guerra por la guerra; ilusos deseosos de fortuna; mozos del campo que, en su ignorancia pasiva, habían ido a las partidas como se hubieran quedado en casa a tener otros consejeros; almas sencillas que creían firmemente que en las ciudades quemaban y devoraban a los ministros de Dios, y se habían lanzado al monte para que la sociedad no cayese en la barbarie.

El público aguardaba con impaciencia la catástrofe: cuando le parecía bien, bostezaba; cuando lo creía necesario, sacaba La Correspondencia de España y leía. Había muchas personas que llegaban a desear que el barba cayese pronto bañado en su sangre para escapar a casa y meterse en la cama. En el acto segundo había un monólogo del rey, de inusitadas dimensiones.

Era un horrible disparate lo que estaban proyectando: casi un asesinato. Tal vez cayese redondo antes de que sonase el primer tiro. Le habían hecho una operación audaz en el cráneo; vivía milagrosamente, podía morir de un modo fulminante á la menor emoción. Y don Marcos tuvo una respuesta heroica, digna de él. Doctor, para un hombre de éstos, batirse no es una emoción.

Suponiendo que su sola presencia y el nombre del Rey no bastasen para someter a los servidores del castillo, habría que apoderarse de ellos a la fuerza. Mi esperanza estribaba en que el Duque saliese furioso de sus habitaciones, situadas al lado opuesto de las de Antonieta y cayese vivo en manos de Sarto.

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