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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Poco más o menos, como las entretenía su padre en la botica y en la cama, y los señores de Peleches en su empingorotado caserón. Se cruzaban poquísimas palabras entre la hija y el padre; no por enojos mutuos, sino porque temían entrar en conversación.

Loco de amor se casó don Carlos Ozores a los treinta y cinco años con una humilde modista italiana que vivía en medio de seducciones sin cuento, honrada y pobre. Esta fue la madre de Ana que, al nacer, se quedó sin ella. «¡Menos malpensaban las hermanas de don Carlos allá en su caserón de Vetusta. Su matrimonio había originado al coronel un rompimiento con su familia.

Pero ellas, verdaderas hijas de su padre, deseaban vivir en este ambiente de libertad, y protestaban con llantos desesperados y convulsiones en el suelo, hasta que las volvían a la absoluta independencia de aquel caserón por donde pasaban el dinero y el placer como un huracán de locura. La gitanería más famosa acampaba en la casa señorial.

El palacio de Rumblar era un caserón del siglo pasado, de feísimo aspecto en su exterior, pero con todas las comodidades interiores que alcanzaban los tiempos.

Aceptó las proposiciones del canónigo. Ella entraría en casa de don Fermín el día que fuese necesario salir del caserón de los Ozores, pero entre tanto prestaría allí sus servicios bien pagada, mejor pagada de lo que podía pensar. El canónigo sabría todo lo que pasaba; si doña Ana recibía visitas, quién entraba cuando no estaba don Víctor o se quedaba después de salir el amo, etc., etcétera.

Teresina iba a salir de casa de un día a otro. Petra aceptó sin titubear, temblando de alegría. Hasta que estuvo en el caserón de vuelta, no se le ocurrió pensar que aquella felicidad suya acarreaba la desgracia de muchos, y hasta cierto punto su propio daño.

Quedamos convenidos en que aquella noche, al retirarse a casa, le enteraría del caso, y en que al día siguiente, antes de almorzar, fuese yo a visitarle y proponerle lo que se podía hacer. La fachada no era suntuosa; un caserón de sillería deteriorada y ennegrecida, con algunas molduras toscas; los balcones de hierro toscamente labrados también; las armas de Padul en el medio, cerca del techo.

Llegó Octubre, y una tarde en que soplaba el viento Sur perezoso y caliente, Ana salió del caserón de los Ozores y con el velo tupido sobre el rostro, toda de negro, entró en la catedral solitaria y silenciosa. Ya había terminado el coro.

La Regenta, sin entrar jamás en estos conciliábulos, los perdonaba como falta leve, «que ella, cargada de otras más graves, no tenía derecho a censurar». Don Fermín y Ana se veían todos los días; en el caserón de los Ozores, unas veces, otras en el Catecismo, en la catedral, en San Vicente de Paúl, y más a menudo en casa de doña Petronila.

¡Ya lo creo! ¡Reclamar la viudedad... ella... causa de la muerte del digno magistrado! Sería indigno. Indigno. Y ya no está bien que viva en el caserón de los Ozores. Claro, porque aunque se lo regaló su esposo, según dicen, él fue quien se lo compró a las tías de Ana, y no con bienes gananciales, sino vendiendo tierras en la Almunia. Sea como sea, ella no debía vivir en esa casa.

Palabra del Dia

bagani

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