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Me dispuse a seguir los consejos del «pomposísimo Cicerón», y de tardecita, poco antes de que sonara el «Angelus», me encaminé a la casa de Castro Pérez. Vivía a espaldas de la Parroquia, en un caserón vetusto y sombrío. Cuando llegué al zaguán me tentado de retroceder e ir a charlar a casa de don Procopio. Hice de tripas corazón y avancé hasta la puerta del despacho.

Pero ¿qué pasa? repitió don Víctor en voz baja en el primer descanso. ¿Viene usted de caza? contestó el otro con voz débil. , señor, con Crespo; ¿pero qué sucede? Hace tanto tiempo... y a estas horas.... Al despacho, al despacho.... No hay que alarmarse... al despacho.... Anselmo alumbraba por los pasillos del caserón a su amo a quien seguía el Magistral. «No pregunta por Ana» pensó De Pas.

El Casino de Vetusta ocupaba un caserón solitario, de piedra ennegrecida por los ultrajes de la humedad, en una plazuela sucia y triste cerca de San Pedro, la iglesia antiquísima vecina de la catedral. Los socios jóvenes querían mudarse, pero el cambio de domicilio sería la muerte de la sociedad según el elemento serio y de más arraigo.

Acercóse á la puerta de la estancia de donde procedían las voces y se halló de manos á boca con Simón y Tristán, que se reían á carcajadas y se dirigieron apresuradamente á la puerta del caserón, donde los esperaban sus monturas.

Era abogado por lujo, y por lujo consumía su juventud encerrado en el caserón de la Costanilla, por hábito de tener en poco a las gentes de Villavieja.

Del encargo de su padre ni se acordó siquiera: no tenía ojos más que para el oscuro y vetusto caserón de Moscoso. ¡Qué negra era aquella casa! ¡qué grandes y severos los balcones de hierro! ¡qué imponente aquel casco de piedra que coronaba el escudo esculpido sobre la fachada! La impresión que en Nolo produjo fué de pena, casi de terror.

¡Qué holganza para el niño hallarse lejos de la facha torva del abuelo, y encima de aquellas cuadras silenciosas del caserón, donde se acostumbraba encender velones y candelabros durante el día! Cuadras sólo animadas por las figuras de los tapices; fúnebres estrados, brumosos de sahumerio, que su madre, vestida siempre de monjil, cruzaba como una sombra. Las criadas le querían de veras.

Con esto sólo consiguió que la Regenta y el Magistral conviniesen en verse más a menudo fuera del caserón y menos veces en él. «Mejor era hablarse en casa de doña Petronila. ¿Para qué molestar al pobre don Víctor?

Y nadie más hablaba, porque Anselmo apenas sabía hablar, Servanda iba y venía como una estatua de movimiento... y los demás vetustenses no entraban en el caserón de los Ozores después de la muerte de don Víctor. No entraban. Vetusta la noble estaba escandalizada, horrorizada.

El escritorio de su primo estaba en un caserón antiguo y señorial, todo de piedra obscura, con balcones de hierro retorcido y pomos dorados, y un gran escudo de armas que ocupaba gran parte de la pared entre el primero y segundo piso.