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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Era un caserón destartalado y obscuro, muy satisfecho de lucir sobre su pórtico ojival una vetusta cruz de arenisca roja, con una inscripción latina. Junto a aquella casa, vi otra más pequeña con postigos grises, y el jardín detrás. La conocí en seguida y entré sin llamar.

Su padre fue mayordomo de un grande de España, quien, por los tiempos en que aún llamaban Pepito a don José, le empleó en una oficina pública para que no anduviera metiendo bulla todo el día en los pasillos del caserón señorial, y aquel rasgo de caritativo egoísmo determinó el porvenir del muchacho.

Tan sucio era aquel caserón por dentro como por fuera; la enseñanza y el alimento que se daba correspondían muy bien con el local. El fundador y director del establecimiento era un excoronel de artillería andaluz y amigo de la familia Guevara; por eso Miguel había ido a dar allí con sus huesos.

La deidad, que es una mozárabe de ojos azules, ó una mudéjar de ojos negros, triste y descolorida en ambos casos como planta sin sol, elegante por naturaleza y por casualidad, y á quien llamaremos Amparo, habita un caserón antiguo, que da nombre á una calle ó plazoletilla poco pasajera, donde la hierba campa por su respeto.

Cuantos géneros de seda se despachaban en la tienda procedían de la fábrica de don Manuel, y de esto resultaba una continua comunicación entre el establecimiento de don Eugenio y el caserón del barrio de las Escuelas Pías, relaciones en las que servía de intermediario Melchor Peña, como dependiente de confianza.

Veíase en el venerable caserón de los Febrer con sus padres y su abuelo. Era hijo único. Su madre, una señora pálida, de belleza melancólica, había quedado enferma a consecuencia de su nacimiento. Don Horacio vivía en el segundo piso, en compañía de un viejo criado, como si fuese un huésped en la casa, mezclándose con la familia o aislándose de ella a su capricho.

El descubrimiento que debía a Petra no era para revelado sin su cuenta y razón. A Frígilis podía decírsele todo, pero a su tiempo». Salieron del Parque. El mismo Quintanar cerró la verja con su llave. Crespo iba delante. Miró don Víctor hacia el fondo de la huerta, hacia el caserón que ya le parecía otro... «¿Qué hacía? ¿Era un cobarde aplazando su venganza?

Ana pasaba horas y más horas en la soledad de su caserón: a su lecho llegaban los ruidos lejanos de la calle apagados, como aprensión de los sentidos. Allá abajo, en la cocina, quedaba Servanda, y a veces Petra. Anselmo silbaba en el patio, acariciando un gato de Angola, su único amigo.

He aquí dos o tres seres humanos que viven en un caserón oscuro, que van enlutados, que tienen las puertas y las ventanas cerradas, que mantienen vivas continuamente unas candelicas ante unos santos, que rezan a cada campanada que da el reloj, que se acuerdan a cada momento de sus difuntos. Ya en esta pendiente se desciende fácilmente hasta lo último. Lo último es la muerte.

Así fue prosperando, sin que las burlas de la gente de la ciudad le hicieran perder la confianza de aquel rebaño de rústicos que le temían como a la Ley y creían en él como en la Providencia. Un préstamo a un mayorazgo derrochador le hizo dueño del caserón señorial que desde entonces pasó a ser de la familia Brull.

Palabra del Dia

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