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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Hombres asistían pocos y eran los que celebraban con algazara, los donaires del humorista mayordomo. Se hallaba éste de vena esta noche, sin duda como residuo de la alegría de la tarde y de los vasos de sidra que tenía entre pecho y espalda, cuando de pronto retumbaron en el gran caserón solariego dos fuertes aldabonazos. Todos levantaron con sorpresa la cabeza.

Al salir de la corralada tuvo don Simón la curiosidad de fijar la vista en la fachada del caserón. Era de piedra amarillenta, y estaba cubierto de blasones, de musgo... y de rendijas; el alero se caía, y los balcones se desmayaban. Allí no se había gastado un real en reparaciones durante muchos años. ¿Estaría don Recaredo decidido a que fenecieran juntos el solar y el solariego?

Al llegar Juanito al barrio de las Escuelas Pías entró en una calle estrecha donde estaba el caserón de sus abuelos, una interminable fachada pintada de azul claro, en la cual, corrió por compasión, rasgaban el grueso muro algunos balcones y ventanas, a gran distancia unos de otros. Juanito recordaba su niñez.

Una tarde Crespo, enterado de que la niña ya sabía algo, sin encomendarse a Dios ni al diablo, detuvo a las de Ozores en la carretera de Castilla y les presentó al señor don Víctor Quintanar, magistrado. Las acompañaron aquellos señores durante el paseo y hasta dejarlas en el sombrío portal del caserón de Ozores. Doña Anuncia ofreció la casa a don Víctor.

A su vez, doña Guiomar abrazó a su hijo esforzándose en sonreír bajo las lágrimas; y, para poder seguirle con la mirada, subió con sus doncellas a la torre del caserón. «Hijo mío: Tardo eres ya en contestar a una madre que te quiere más que a . Hasta hoy, que es día de Pentecostés, no me han llegado otras nuevas que las que trajo de palabra el licenciado Carmona

Poco después, los dos amigos, cansado hasta el mismo don Víctor de confesiones, volvieron a la mesa, donde reinaba la dulce fraternidad de las buenas digestiones después de las cenas grandiosas. No estaba allí Anita. Salió Álvaro sin ser visto, por lo menos sin que nadie pensara en si salía o no, y entró de nuevo en el caserón. En la cocina seguía la algazara. Lo demás todo era silencio.

Sobre algunas puertas quedaba aún el escudo de piedra, revelador del orgullo nobiliario de los que construyeron el caserón en la época que aún no había nacido la República Argentina y el país era gobernado por los representantes de la monarquía española. Se presentó Ovejero puntualmente en la iglesia á la hora de la procesión.

Cuando se vio en la calle prorrumpió sordamente en denuestos, mirando los panzudos balcones del caserón. ¡Víbora! ¡Cómo se alegraba de su casamiento!... Cuando éste fuese un hecho, fingiría indignación y escándalo ante su tertulia.

El hospital de mineros estaba fuera de los cercos, muy próximo al cementerio, sin duda para que los enfermos se fuesen acostumbrando a la idea de la muerte y también para que si no fuesen poderosos a matarles los vapores mercuriales, les secundasen en la tarea las dulces emanaciones cadavéricas. Era un caserón viejo, agrietado, húmedo y sombrío.

Se había prometido no salir de casa, y la casa empezaba a parecerle una cárcel demasiado estrecha. Una mañana despertó pensando que aquel año no había cumplido con la Iglesia. Además ya podía salir de su caserón triste para ir a misa. , iría a misa en adelante, muy temprano, muy tapada, con velo espeso, a la capilla de la Victoria que estaba allí cerca. Y también iría a confesar.

Palabra del Dia

bagani

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