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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Ya no hubo un minuto de paz ni siquiera aparente; ya, sin la blanda influencia de Fernando, se volvió a endurecer la vida áspera y zahareña de aquella gente; ya, sin dinero y con trampas y apuros, volvió la estrechez de los días negros a caer implacable sobre el trágico caserón.
No había duda, el Magistral la necesitaba a ella en el caserón llegado el momento crítico... si salía antes y después no le servía, podía echarla de casa por inútil. Había que hacerlo todo pronto, inmediatamente. ¿Y qué iba a hacer? Una traición, eso desde luego, pero ¿cómo...? En esto pensaba cuando entró en el comedor, ya al obscurecer, a preparar la lámpara.
Las tías sentían un vago remordimiento por la compra del caserón. Comprendían que valía más, mucho más de lo que habían pagado por él, abusando de la situación apurada de don Carlos, que además era un aturdido en materia de intereses. ¡
Maltrana adoptó una resolución. Los pobres como ellos, de vida incierta, sólo podían vivir en las casuchas cuyos cuartos se pagan diariamente, en los falansterios de la miseria, como aquel caserón de obreros donde él había nacido.
Tenía dos hijos y tres hijas, todos casados y con casa aparte, de modo que, en la soledad anchurosa de aquel inmenso caserón, doña Luz y D. Acisclo se daban mutua compañía. Rayaba ya D. Acisclo en los setenta años; pero estaba recio y bien de salud.
Su resistencia tomó de pronto un tono de protección caballeresca. ¡Abandonar a su amigo don Jaime cuando le veía rodeado de peligros!... ¡Ir a encerrarse en aquel caserón de tristezas, entre señores con faldas negras que hablaban una lengua rara, ahora que en pleno campo, a la luz del sol o en el misterio de las noches, iban a matarse los hombres!... ¡Ocurrir tan extraordinarios sucesos y no verlos él!...
Y cansado por tantos esfuerzos y sorpresas, don Fermín dejó caer la cabeza sobre el sobado reps azul del testero y en aquel rincón obscuro del coche, ocultando el rostro en las manos que ardían, lloró como un niño, sin vergüenza de aquellas lágrimas de que él solo sabría. No estaba don Víctor en casa. El Magistral estuvo en el caserón de los Ozores desde las siete hasta más de las ocho y media.
La muchacha admiró las grandes tiendas de antigüedades y las de muebles con sus sillerías de sedas vistosas que alegraban los sombríos rincones del caserón. Isidro mostró a Feliciana un hombre obeso y cejudo que en la puerta de su tienda enseñaba unas planchas pintadas en cobre a dos señoras extranjeras. Aquel era su tío; debían pasar sin saludarlo, no creyera que iban a pedirle algo.
El cielo está límpido, radiante. Salgo. Camino por las blancas calles de altibajos solados con guijarros. De cuando en cuando aparece un caserón enorme, dorado, negruzco, rojizo, con la portalada monumental de sillería.
Y allí, entre los mustios llorones, en un mísera fosa recién abierta en el suelo, desapareció del mundo para siempre, bajo una capa de tierra que pronto volvería a cubrir la nieve, un hombre que había sido hasta aquel día el patriarca, el señor, el rey indiscutido e indiscutible de todo el valle. Muchos años hacía que el caserón de los Ruiz de Bejos no se había visto en otra como aquélla.
Palabra del Dia
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