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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Una vieja limpiaba las escaleras de piedra de la iglesia con una escoba y cantaba a voz en grito: ¡Adiós los Llanos de Estella. San Benito y Santa Clara, Convento de Recoletos donde yo me paseaba! Ya ve usted dijo el extranjero que, aunque a usted le parezca este pueblo tan desagradable, hay gente que le tiene cariño. ¿Quién? dijo Martín. El que ha inventado esa canción.

De esta suerte cantaba, sin mirar a nadie, morena, hermosa, como enajenada; parecía que lo que cantaba no fuese una canción, sino la realidad, y en todos producía una impresión de realidad. La tristeza invadía las almas, los corazones se llenaban de la nostalgia de algo desconocido y bello, la memoria evocaba algo que quizá no había existido nunca.

La hermosa canción, que canta Margarita mientras que está hilando en su cuarto, deja ver en seguida el estado de su alma; muestra que se halla poseída, completamente dominada por su galán amigo, y que no tiene más voluntad que la suya. La canción prepara magistralmente la escena que viene luego.

Entre sus manos robustas Una guitarra se mira, Que blandamente suspira Como querella de amor, Y mientras ruge en los cables El pampero embravecido, De su guitarra al sonido Entona aquesta cancion. "Es mi goleta el cisne de este rio Que tiende el ala cuando brilla el sol: Es en el puerto libre como el viento Y en altos mares libre como yo.

El mozo de cuadra, calzados los zuecos y entonando una canción de su tierra, frotaba los arreos en la puerta de la cochera; y en una habitación de la planta baja, junto a una ventana, la doncella de la duquesa limpiaba cuidadosamente los vestidos con que su señora se había engalanado la víspera, mientras otras compañeras admiraban las ricas telas y los finísimos encajes que, desordenadamente puestos sobre el respaldo de un sofá, podían fácilmente ser vistos desde fuera.

Aún no llegaba el día, no spuntaba il dolce albor de la canción de Hans Sachs, pero se adivinaba que de un momento a otro comenzaría a clarear en el cielo la faja sonrosada del amanecer. Rafael hacía esfuerzos para llegar cuanto antes, animado por la voz de Leonora, que marcaba el compás a los remos. Su canto sonoro parecía despertar la campiña. En una alquería se iluminaba una ventana.

Toda Vetusta diciendo: «¡La Regenta, la Regenta es inexpugnable!». Al cabo llegaba a cansar aquella canción eterna. Hasta el modo de llamarla era tonto. ¡La Regenta! ¿Por qué? ¿No había otra? Ella lo había sido en Vetusta poco tiempo. Su marido había dejado la carrera muy pronto, ¿a qué venía aquello de Regenta por aquí, Regenta por allí?

Y después, como una consecuencia grave de lo que había dicho antes, añadía: Napoleonen pauso gaiztoac ondó dituzu icasi. No era fácil comprender qué malos pasos de Napoleón habría aprendido Manolita. Probablemente Manolita no tendría ni la más remota idea de la existencia del héroe de Austerlitz, pero esto no era obstáculo para que la canción en boca de Tellagorri tuviese muchísima gracia.

7 Envía tu mano desde lo alto; redímeme, y sácame de las muchas aguas, de la mano de los hijos extraños; 9 Oh Dios, a ti cantaré canción nueva; con salterio, con decacordio cantaré a ti. 15 Bienaventurado el pueblo que tiene esto; bienaventurado el pueblo cuyo Dios [es] el SE

¿Qué estás ahí diciendo, chiquilla? interrumpió la abuela haciendo un visible esfuerzo para recordar el autor de esa frase conocida. Es una canción de Legouvé, querida abuela si se puede llamar a eso una canción añadí in petto.

Palabra del Dia

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