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La música era digna de la arquitectura, y sonaba a zarzuela sentimental o a canción de las que se reparten como regalo a las suscritoras en los periódicos de modas. En esto ha venido a parar el grandioso canto eclesiástico, por el abandono de los que mandan en estas cosas y la latitud con que se vienen permitiendo novedades en el severo culto católico.

Pues eso no es nada aún: el condenado se ha atrevido a subir a la torre del reloj, y mi cabrero lo ha visto perfectamente fumando su cigarro maldito, y poco después... ¡le ha oído acompañarse una canción blasfema con su guitarra maldita! Pero, los dignos padres, ¿cómo han sufrido semejante abominación? preguntó Flores con aire contrito.

Y mientras cantaba, muy cerca de allí, la señora Judit Frére, la anciana compañera de Béranger, la verdadera Lisette, oyendo aquella canción que ella inspiró y que era su juventud, lloraba en silencio. Cuando la actriz calló, Béranger tenía los dulces ojos arrasados de lágrimas. ¡Hija mía! balbució, ¡hija mía!... No pudo hablar más, y la besó en la frente.

Al día siguiente el vómito negro se desarrolló en El Dragón con una gran violencia; uno de los marineros holandeses, Stass, atacado por la fiebre, se levantó de la cama delirando, y, después de cantar una extraña canción, se tiró al mar. El teniente hizo que toda la tripulación sana se alejara en la parte de la popa, y convirtió el castillo de proa en enfermería.

Qual si fuera un petrarte Apolo envia, Adonde está el teson mas apretado, Mas dura, y mas furiosa la porfia. Quando me paro á contemplar mi estado Comienza la cancion, que Apolo pone En el lugar mas noble y levantado. Todo lo mira, todo lo dispone Con ojos de Argos, manda, quita y veda, Y del contrario á todo ardid se opone.

Luego, Bautista cantó la bella canción del país de Soul, que dice así: Urzo churia errazu Nora yoaten cera zu Ezpaniaco mendi guciac Elurrez beteac dituzu Gaur arratzean ostatu Gure echean badezu. Todos los montes de España están llenos de nieve.

Todas las puertas de las habitaciones inmediatas se resistieron á su mano. Silencio absoluto, como si la casa estuviese deshabitada. Pero este silencio fué interrumpido por una voz que descendía escalera abajo: una voz tenue, entonando una canción en inglés, lenta y triste.

Rosita sacó la guitarra y cantó algunas canciones, acompañándose con ella, y luego, como en honor de Martín, entonó un zortzico con letra castellana, que comenzaba así: Aunque la oración suene Yo no me voy de aquí; La del pañuelo rojo Loco me ha vuelto a . Y el estribillo de la canción era: Aufa que el campanero La oración va a tocar, Aufa que yo te quiero Maitia, maitia, ven acá.

Como todos necesitamos escuchar, para seguir viviendo, la canción de la esperanza, espero ahora que mi marido ganará aquí una fortuna, ¡no cuándo!... y esto me hace soportar el horrible destierro. Luego continuó con tristeza: ¿Y qué ganará?... Centavos tal vez, cuando usted lleve ya ganados miles y miles de pesos... ¡Ay! Yo merecía otro hombre.

No obstante, era la voz de una casi niña, de perfil austero. Acertaba á pasar con su madre y cantaba con toda la fuerza de sus pulmones el refrán de una antigua canción. Suplicámosla que se sentara y cantase toda la canción. Aquel poemita rústico expresaba á maravilla el doble espíritu de la comarca. La Saintonge es un país agrícola, amante del hogar doméstico.