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Actualizado: 16 de mayo de 2025
¡Por el filo de mi espada! exclamó el arquero al terminar la canción. Muchas noches he oído esa misma trova en el campo inglés y cuenta que le hacíamos coro más de doscientos soldados del rey; pero este viejo bebedor deja muy atrás á los que tenemos por oficio manejar el arco, la ballesta y la alabarda.
¡Bravo! ¡bravo! exclamaron los oficiales á una voz, prorrumpiendo en alegres exclamaciones. ¡Se beberá vino del país! ¡Y cantaremos una canción de Ronsard! ¡Y hablaremos de mujeres, á propósito de la dama del anfitrión! Conque... ¡hasta la noche! Hasta la noche.
Hija mía, ¿estás nerviosa? ¿Te has puesto mala? ¿Te causa miedo esa canción? Inés le contestó que no tenía pizca de miedo. En tanto, D.ª María, no pudiendo resistir más, salió del cuarto con sus hijas. Desconcertóse al punto aquella ilustre reunión, y luego no quedó en la sala más que la familia de Inés con D. Diego.
El seminarista volvió su rostro inflamado por la ginebra, temiendo que Andrés bromease; pero viéndole muy serio, hizo una leve mueca de sorpresa, y arreando al caballo con la vara de avellano que empuñaba, tornó a coger el hilo de su canción favorita. «La mujer que es gorda y tierna Y tiene buena pierna... Y al cura hace pecar, Mereciera ser condesa, marquesa, duquesa Y el cura cardenal.»
El antiguo jardín sólo os pide esta vez, por su nueva eclosión, que tengáis para él una bella canción, una voz de querer, un espíritu afín y una sed de morir por la Reina Ilusión. Julio, 1913. Parece la fragua el ojo cerrado de un muerto titán, y el yunque parece un pico en silencio de un ave anormal.
Desnoyers contempló con orgullo los efectos de su munificencia. La sonrisa reaparecía en los rostros fieros; la broma francesa saltaba de fila en fila; al alejarse los grupos iniciaban una canción. Luego se vió en la plaza del pueblo entre varios oficiales que daban un corto descanso á sus caballos antes de reincorporarse á la columna.
La siesta asfixia. El son de los cañales preludia a la tagala esa canción de miel que ha desprendido la ilusión del pentágrama. Los insectos rebullen en las hojas sobre el tapiz de grama, y se duermen rendidos a los hálitos de un ambiente de lavas. El sopor se difunde, derramado por estivales áuras, y en el lejano término simulan dorarse las montañas.
Que el cabo López ha fallecido... respondió el miguelete pálido. Manuel... ¿Qué dices? ¡Eso no puede ser!... Yo mismo he visto á López esta mañana, como te veo á ti... ¿Parrón? ¿Dónde? ¡Aquí mismo! ¡En Granada! En la Cuesta del Perro se ha encontrado el cadáver de López. Todos quedaron silenciosos, y Manuel empezó á silbar una canción patriótica.
El más atrevido del grupo se encaró con Pep. Querían hablar del festeig con Margalida; recordaban al padre su promesa de autorizar el cortejo de la muchacha. El payés miró el grupo detenidamente, como si contase su número. ¿Cuántos sois?... Sonrió el que llevaba la voz. Eran muchos más. Representaban a otros atlots que se habían quedado en el corro escuchando la canción.
Había en sus ojos algo del difunto Tritón cuando columbraba en la costa una falda mujeril lejana y fugitiva. Freya siguió hablando. Matarse no es una prueba de amor. Todos me han prometido desde las primeras palabras el sacrificio de su existencia. Los hombres no saben otra canción... No les imite, capitán. Quedó pensativa largo rato. El crepúsculo avanzaba rápidamente.
Palabra del Dia
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