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Actualizado: 16 de junio de 2025


Vivaldo, que deseaba ver lo que los papeles decían, abrió luego el uno dellos y vio que tenía por título: Canción desesperada. Oyólo Ambrosio y dijo:

Levantose y miró un momento hacia afuera. Una mujer, cubierta de un velo verdoso, bajaba de prisa por la cuesta; y la canción caía y se alejaba con ella graciosamente. Otra mañana, recogiendo leña por el contorno, descubrió al pie de un árbol una espada cubierta de herrumbre. Llevola a su escondrijo y frotola fuertemente con la arena humedecida.

Se quisiera usted volver todo orejas dijo la tía María, que había entrado en el cuarto sin que él lo hubiese echado de ver . ¿No le he dicho a usted que es un canario sin jaula? Ya verá usted. Y con esto se salió al patio y dijo a Marisalada que cantase una canción. Esta, con su acostumbrado desabrimiento, se negó a ello.

Ese camino baja hacia el río... Y allá, en el fondo, aparece el molino, el objeto de sus sueños. ¡Cómo brilla el viejo techo de paja por arriba de los grupos de árboles! ¡cómo hacen resaltar los cerezos en flor su blancura de nieve en el jardín! ¡Cuán alegremente le grita el tictac de las ruedas! «¡Bien venido seas, bien venido seas!» ¡Qué dulce canción murmura la vieja y querida presa, cubierta de musgos verdes!

No era muy buena preparación para una seria subida de cinco millas; pero Jovita arremetió con su habitual, ciega e impetuosa furia, y media hora más tarde alcanzó la extensa llanura que conduce a Rattlesnake-Creek: treinta minutos más, y llegaban a la meta. Federico soltó ligeramente las riendas sobre el cuello de la yegua, excitola con un silbido, y tarareó una canción.

Es bonita la canción dijo D. Paco ; pero no la comprendemos. Entonces el diplomático levantóse ceremoniosa y gravemente, y tomando un tono de hombre severo habló así: ¿Sabe usted lo que está cantando?

Ría usted, don Jaime, búrlese de , pero de algo puedo yo servir... Vea usted cómo le aviso ahora el peligro. Hay que vivir en guardia. Con alguna mala idea ha preparado el Ferrer lo de la canción.

Se ha ofendido la damisela, dijo un campesino. Venid acá, señor físico, y sangrad á este querubín antes que se nos desmaye. ¡Seguid vuestra canción, maese Lucas, que no hay tilde que ponerle! ¿Estamos en una venta ó en el salón de mi señora la baronesa?

Tocaba el violín cuando no era más alto que él, lo mismo que el piano y el órgano. Con leer una vez una canción, tenía bastante para ponerla en música exquisita, que parece de sueño y de capricho, y como si fuera un aire de colores. Escribió más de quinientas melodías, a más de óperas, misas, sonatas, sinfonías y cuartetos. Murió pobre a los treinta y un años.

Lo extraño es que nunca puedan cantar cuando están solos. Si, mientras están cantando, tiene Martín que alejarse, llamado por algún asunto, en seguida sus voces pierden la seguridad y los jóvenes se miran sonriendo; uno u otro, por lo regular, deja escapar una nota falsa, y la canción queda inconclusa.

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