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Actualizado: 3 de junio de 2025


La chaquetilla y el chaleco eran de terciopelo color de vino, con alamares y arambeles negros; la faja de encarnada seda; el calzón ajustado, de obscuro punto, modelaba las musculosas y esbeltas piernas del torero, unido a las rodillas con ligas de negra escarapela.

El buen anciano, vestido de una sencilla casaca y de un calzón verde, con la cara llena de arrugas y la cabeza calva, escuchaba con los ojos fijos, uniendo las manos y gritando: ¡Dios mío, Dios mío! ¡En qué tiempos vivimos! No se puede andar por las carreteras sin correr el peligro de ser atacado. ¡Esto es peor que las antiguas historias de los suecos! Y el anciano movía la cabeza.

Saleta, no tanto! Sólo gano doscientos tantos. Faltan trescientos para desquitarme de lo que he perdido ayer manifestó el aludido, que era un joven de fisonomía abierta y simpática. ¿Y por qué no han llamado ustedes a Manín? preguntó el conde dirigiendo una mirada risueña al célebre mayordomo, que, con su calzón corto, zapatos claveteados y chaqueta de bayeta verde, dormitaba en una butaca.

Antes se dejarían cortar el dedo meñique, que arrancar la gorra o el sombrero; nada les importaba volver a casa de noche sin una pierna del calzón o sin un brazo de la chaqueta; pero tornar con la cabeza descubierta sería para ellos el más grave disgusto. Vivía el barrio entero en la calle, por poco que el tiempo estuviese apacible y la temperatura benigna.

El vestido de D. Enrique Butler músico, que conforme a la relación monta 200 ducados, me parece podría ser calzón y ropilla de terciopelo liso labrado, como lo escogiese, herreruelo de paño, jubón de raso blanco, medias de seda, ligas, sombrero ordinario y espada negra con puños dorados, y que el precio de la espada no pueda exceder de 120 reales.

Producto de una de estas invasiones de vándalos con pañizuelo y calzón corto fue el entrar como aprendiz en la tienda de Las Tres Rosas un chicuelo, al que don Eugenio le fue tomando insensiblemente cierto afecto, sin duda porque recordando su pasado se contemplaba en él como en un espejo.

Facundo se le presenta en su alojamiento con media de seda de patente, calzón de jergón y un poncho de tela ruin. No obstante lo grotesco de esta figura, a ninguno de los ciudadanos elegantes de Buenos Aires le ocurrió reírse, porque eran demasiado avisados para no descifrar el enigma. Quería humillar a los hombres cultos, y mostrarles el caso que hacía de sus trajes europeos.

Pasaba Gallardo ante los ventanales de los cafés, saludando a sus entusiastas, que le respondían con grandes manoteos para que entrase. «Ahora güervo.» Y no volvía, pues se metía en una sociedad de la misma calle, un club aristocrático, con domésticos de calzón corto, imponente decoración gótica y servicios de plata sobre la mesa.

De nuevo una caja ascendente lo llevó más arriba de la superficie del suelo. Abrió una puerta de cristales. Un viejo lacayo con casaca azul, calzón corto y medias blancas se inclinó algo sorprendido al reconocer después de una breve vacilación al príncipe Lubimoff. Estaba en el Sporting-Club. Hacía años que no había entrado allí: desde antes de la guerra.

La Amparo, a quien lisonjeaba este amor frenético conocido de todo Madrid, lo desdeñaba en público y lo alimentaba en secreto. Por donde flaqueaban más los saraos de aquélla era por el lado femenino, si bien no faltaban tampoco algunas señoras de la clase media que, a trueque de pisar regios salones y verse servidas por lacayos de calzón corto, consentían en alternar con la querida de Salabert.

Palabra del Dia

rigoleto

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