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Actualizado: 22 de junio de 2025
¿Cómo? ¿No cree usted lo que le digo?... ¡Hijo, no está usted poco pagado de su personita! No es que esté pagado de mí, Gloria repliqué, poniéndome grave; es que cuesta trabajo creer que haya aguardado usted tanto tiempo para darme calabazas. ¡Si no me las ha pedido usted hasta ahora! ¿Pero habla usted en serio, Gloria? ¿Por qué no?
En el curso de sus peregrinaciones, había reunido muestras variadas de la fauna, la flora y la industria de las diversas latitudes, y esto formaba una mezcolanza heteróclita de objetos sin nombre que rabiaban de verse juntos; calabazas, samowar, babuchas turcas, zuecos normandos, gaitas bretonas, zancos landeses, huevos de avestruz, etc. etc., más una colección de animales disecados; lagartos, gacelas, monos, loros, marmotas...
A su lado estaba otra figurilla menuda de hombre que la tenía cogida de la mano. El obispo les estaba echando la bendición. ¡Más cuál sería su asombro cuando aquel hombrecillo dio la vuelta! ¡Qué Jesucristo ni qué calabazas! El que se casaba con María era ni más ni menos que Manolito López, aquel chiquillo tan insolente y antipático.
¡Si viera usted, Gloria, qué tristeza he pasado estos días en que no tenía noticias suyas! Creí que me había usted olvidado. Yo no me olvido nunca de los buenos amigos. Además, le había prometido una cosa, y de ningún modo querría dejar de cumplir mi promesa. ¿Qué cosa? ¿No se acuerda usted? Las calabazas... ¡Ah, sí! exclamé riendo.
El conde, no obstante, y a pesar de haber sido uno de los más obstinados pretendientes de Pepita, había recibido las enconfitadas calabazas que ella solía propinar a quienes la requebraban y aspiraban a su mano. La herida que aquel duro y amargo confite había abierto en su endiosado corazón, no estaba cicatrizada todavía.
Gloria estaba en su casa hacía dos días, había escrito a su prima, y para mí no había tenido una letra siquiera. ¿Me estaría alegrando estúpidamente de un suceso que no me iba a reportar ventaja alguna? ¿Resultarían ciertas aquellas calabazas que humorísticamente me había anunciado? Quedeme preocupado.
Y echándose a reír, añadió: Nada, hijita, le doy a usted calabazas.... ¿no contaba con mis veleidades, eh? ¿No contaba usted con las coqueterías del viejo? Y al decir esto abrió los brazos, derramó una lágrima, y riendo siempre, estrechó a Sola contra su corazón, en el cual se desbordaban los afectos más puros. Venga acá, hija de mi corazón exclamó , venga acá y abráceme también.
Sus hechiceros, tocando sus tambores, y haciendo ruido con sus calabazas llenas de conchas, pretenden ver debajo de la tierra hombres, ganados, &a., con tiendas de aguardiente comun, cascabeles, y otras varias cosas: pero estoy bien asegurado que todos ellos, ó la mayor parte, no creen en esta tonteria, porque el cacique tehuel, llamado Chechuentuya, me vino á ver una mañana, y darme razon de un nuevo descubrimiento hecho por uno de sus hechiceros de paises subterraneos, que estaban debajo del lugar donde viviamos.
«Todo se puede echar a perder ahora», había pensado don Álvaro. «La devoción sería un rival más temible que Cármenes; el Magistral un cancerbero más respetable que don Víctor Quintanar, mi buen amigo». No había más remedio que jugar el todo por el todo. Había llegado la época de la recolección: ¿serían calabazas?
Era un joven recién salido de las aulas. Lo primero que hizo fué despojarle de la chaqueta, cortándosela por la espalda; después hizo lo mismo con el chaleco y la camisa. Cuando la carne quedó al descubierto, no pudo retener una carcajada: ¡Qué herida, ni qué calabazas! Aquí no hay nada.
Palabra del Dia
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