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Actualizado: 22 de junio de 2025
La opinión de estas señoras es muy respetable, pero no me parece suficiente para darle a usted el derecho de reclamar el sitio del modo perentorio que lo ha hecho. ¡Qué modo perentorio ni qué calabazas! exclamó el buen señor perdiendo la paciencia. Tristán, que ya la tenía perdida de antemano, replicó en el mismo tono. La disputa se fue haciendo cada vez más agria.
¡Qué alferecía, señor mío, ni qué calabazas! gritó el ilustre Pareja . Eso no es más que un efecto de la ley binomial, según la cual ningún fenómeno se produce aislado. Esas convulsiones infantiles eran la voz de la naturaleza que anunciaba ya la aparición de un genio.
D. Carlos Navarro, nuestro valiente amigo, llegó anteanoche de su excursión por el reino de Navarra y por Álava y Vizcaya. Es un guapo sujeto. Dice que en todo aquel religioso país hasta las piedras tienen corazón para palpitar por D. Carlos, hasta las calabazas echarán manos para coger fusiles.
El señor Taylor acusa á cada paso de ignorantes á los españoles. No se comprende cómo el poco tiempo que ha estado aquí le ha bastado para examinarnos de todas las asignaturas y darnos calabazas. Los mahometanos y los judíos, esos sí que eran sabios; pero hicimos la barbaridad de expulsarlos. No cabe en este breve escrito contestar á las censuras del Sr. Taylor.
Me contestó por el mismo conducto, diciéndome que me propasaba a hacer cosas que no me correspondían, que no tenía derecho alguno a mezclarme en sus asuntos, y que me dejaba toda la responsabilidad de lo que pudiera suceder. «Con esto, y con que yo le dé calabazas cuando salga del convento, está usted aviado», terminaba diciendo. No me desanimé por ello.
Palabra de honor. Me ha dicho que si usted continúa enflaqueciendo de ese modo, se va a ver en la precisión de darle calabazas... Dice ella, y a mi ver tiene razón, que quiere casarse con un hombre, no con un pájaro disecado de la calle de la Mar. Vaya, don Alfredo, no la tome usted siempre conmigo. Pues a comer. Tengo encargo de cuidarle a usted... y las órdenes de las damas son sagradas.
Tal vez la lluvia de estos días habrá influído perniciosamente sobre ellas manifestó tímidamente el licenciado Velasco de la Cueva. ¡Qué lluvia ni qué calabazas!... No diga usted tonterías, D. Juan. La lluvia, cuando las lechugas se plantan en la época y en la forma en que deben plantarse, no influye, no tiene por qué influir sobre ellas. Perfectamente.
Al cabo se fue, y corrí a mi cuarto, encendí agitadamente ta bujía y abrí la carta; «Ya estoy fuera del convento me decía. Si usted quiere recibir las calabazas prometidas, pase usted a las once por delante de mi casa. Estaré a la reja, y hablaremos». Puede juzgar cualquiera la viva alegría que aquella carta debió producirme. Todos mis sueños se realizaban de una vez.
ASCLEPIGENIA. ¿Qué temple de alma ni qué calabazas? Ella es emperatriz y no necesita de un Crematurgo. ATENAIS. ¿Tiene acaso algún Eumorfo? ASCLEPIGENIA. ¡Vaya si le tiene! Nadie lo ignora, menos tú, que estás en Babia, y Marciano, que hace la vista gorda. ATENAIS. ¿Y quién es ese feliz mortal? ASCLEPIGENIA. El lindo y gracioso Paulino. ATENAIS. Pues no tiene mal gusto la santa.
O raro caso y por jamas oido, Ni visto! ó nuevas y admirables trazas De la gran reina obedecida en Gnido! En un instante el mar de calabazas Se vió quajado, algunas tan potentes, Que pasaban de dos, y aun de tres brazas. Tambien hinchados odres y valientes, Sin deshacer del mar la blanca espuma, Nadaban de mil talles diferentes.
Palabra del Dia
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