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Actualizado: 19 de mayo de 2025


En estas pláticas llegaron, rodeados de muchachos y de otra mucha gente, al castillo, adonde en unos corredores estaban ya el duque y la duquesa esperando a don Quijote y a Sancho, el cual no quiso subir a ver al duque sin que primero no hubiese acomodado al rucio en la caballeriza, porque decía que había pasado muy mala noche en la posada; y luego subió a ver a sus señores, ante los cuales, puesto de rodillas, dijo: -Yo, señores, porque lo quiso así vuestra grandeza, sin ningún merecimiento mío, fui a gobernar vuestra ínsula Barataria, en la cual entré desnudo, y desnudo me hallo: ni pierdo, ni gano.

Envanecido por los elogios al azulejo, Baldomero le hizo una «aflojadita», en momentos que llegaban a la casa, y fue a detenerse bajo los ombúes de la caballeriza, gritando: ¡Qué hacen que no llaman estos perros?... ¡fuera! ¡Nemo!... ¡fuera! ¡Bachicha!...

Quien se ha visto siempre rodeado de amor y nunca ha conocido otra cosa que el amor, aprende a menudo más fácilmente que nadie, a bastarse a mismo; y, sin embargo, yo llevaba en el corazón una inagotable reserva de amor. Lo prodigaba a los animales, acariciando a los perros, besando a los gatos y ahogando a los gansos por cariño. Una de mis pasiones era jugar en la caballeriza.

-Señor -respondió Sancho-, cada uno ha de hablar de su menester dondequiera que estuviere; aquí se me acordó del rucio, y aquí hablé dél; y si en la caballeriza se me acordara, allí hablara. A lo que dijo el duque: -Sancho está muy en lo cierto, y no hay que culparle en nada; al rucio se le dará recado a pedir de boca, y descuide Sancho, que se le tratará como a su mesma persona.

Miróle el ventero, y no le pareció tan bueno como don Quijote decía, ni aun la mitad; y, acomodándole en la caballeriza, volvió a ver lo que su huésped mandaba, al cual estaban desarmando las doncellas, que ya se habían reconciliado con él; las cuales, aunque le habían quitado el peto y el espaldar, jamás supieron ni pudieron desencajarle la gola, ni quitalle la contrahecha celada, que traía atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse quitar los ñudos; mas él no lo quiso consentir en ninguna manera, y así, se quedó toda aquella noche con la celada puesta, que era la más graciosa y estraña figura que se pudiera pensar; y, al desarmarle, como él se imaginaba que aquellas traídas y llevadas que le desarmaban eran algunas principales señoras y damas de aquel castillo, les dijo con mucho donaire: -Nunca fuera caballero de damas tan bien servido como fuera don Quijote cuando de su aldea vino: doncellas curaban dél; princesas, del su rocino,

-En la caballeriza basta que esté -respondió Sancho-, que sobre las niñas de los ojos de vuestra grandeza ni él ni yo somos dignos de estar sólo un momento, y así lo consintiría yo como darme de puñaladas; que, aunque dice mi señor que en las cortesías antes se ha de perder por carta de más que de menos, en las jumentiles y así niñas se ha de ir con el compás en la mano y con medido término.

Estimulado por Baldomero y por Melchor que había vuelto a la caballeriza, el tostado realizó la proeza de salir al trote, moviéndose con la brusquedad y violencia de un tranvía eléctrico salido de sus rieles, en cuya capota o techo fuese montado Lorenzo, que para el caso era igual.

A la hora de mediodia se presentó el ermitaño á la puerta de una casuca muy mezquina, donde vivia un rico avariento, y pidió que le hospedaran por pocas lloras. Recibióle con áspero rostro un criado viejo mal vestido, y llevó á Zadig con el ermitaño á la caballeriza, donde les sirviéron unas aceytunas podridas, un poco de pan bazo, y de vino avinagrado.

Nadie podía imaginar quién era la persona que tan bien cantaba, y era una voz sola, sin que la acompañase instrumento alguno. Unas veces les parecía que cantaban en el patio; otras, que en la caballeriza; y, estando en esta confusión muy atentas, llegó a la puerta del aposento Cardenio y dijo: -Quien no duerme, escuche; que oirán una voz de un mozo de mulas, que de tal manera canta que encanta.

Todo esto, así como las mismas damas y sus escuderos, habían de viajar en mulas que los genoveses tenían en la caballeriza y de las que se dispuso como de bienes mostrencos. Y no mucho después, antes de que el sol apareciese y dorase con sus rayos la tierra, todos se pusieron en marcha, formando alegre caravana y caminando a paso largo hacia Cascaes.

Palabra del Dia

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