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Actualizado: 19 de mayo de 2025
El grupo se dirigió a la caballeriza de donde regresó a las piezas interiores a las que Rufino y Baldomero llevaron los paquetes de que aquél era portador y que fueron colocados en la mesa de la sala.
Momentos después el caballerizo ensillaba al zaino sin que nadie más que él estuviera en la caballeriza, que parecía abandonada.
Rompió entónces la vieja el silencio, y dixo: En la caballeriza hay tres caballos andaluces con sus sillas y frenos; ensíllelos el esforzado Candido; esta señora tiene moyadores y diamantes; montemos á caballo, y vamos á Cadiz, puesto que yo no me puedo sentar mas que sobre una nalga. El tiempo está hermosísimo, y da contento caminar con el fresco de la noche.
Entre los mozos de caballeriza descollaba, cual hábil palafrenero, el ínclito y triunfador Trajano, negro mina que tenía singularmente a su cuidado los dos hermosos caballos ingleses en que solía pasear la señora.
Quédense en esta caballeriza las alas de la hormiga, que me levantaron en el aire para que me comiesen vencejos y otros pájaros, y volvámonos a andar por el suelo con pie llano, que, si no le adornaren zapatos picados de cordobán, no le faltarán alpargatas toscas de cuerda.
Está bien, don Melchor dijo Baldomero dirigiéndose hacia la caballeriza por el caminito del jardín en el que quedaron visibles, a la luz del farol del corredor, las hondas huellas de sus botas. ¡Baldomero! gritó Melchor aproximándose al límite del corredor, hasta recibir algunas gotas de lluvia y haciendo bocina con la mano, ¡que los acompañe Hipólito hasta la tranquera!
Bajo el corredor quedaron con Baldomero, Lorenzo y Ricardo tomando mate y comentando el deseo de Melchor de montar al Platero, redomón que lo era aún y que podía dar una sorpresa; pero las órdenes de Melchor se cumplían al pie de la letra y momentos después el Platero ensillado giraba amenazante y piafando alrededor del pilar de la caballeriza en que había sido atado.
Tras del sirviente salieron al corredor Melchor y Lorenzo que por el ruido continuado de la lluvia sólo pudieron percibir los gritos de Hipólito llamando a los perros y los de Baldomero que por el corredor de sus piezas se dirigía a la caballeriza preguntando en voz alta: ¿Qué hay?...
Así será, no hablemos más de esto; mira qué monada esa ratoncita... ¡allí!... ¿La ves?... bajo aquel clavel... ¿Sabes cuál es su nombre técnico? ¡Qué voy a saber! Troglodita. ¡Eso querría ser yo!... En ese momento se presentó en la puerta del cuarto Juancito, el pequeño peón de la caballeriza, y dijo: Buen día, don Melchor... ¿que si no van a ir?
Todo el paisanaje se lanzó a escape tras los competidores entre los que desde el «pique» hizo «punta» el «malacara» montado por Juancito el peón de la caballeriza solicitado al efecto por su dueño con la promesa de darle dos pesos si ganaba la carrera.
Palabra del Dia
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