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Actualizado: 28 de junio de 2025


En verdad que era digna de examen aquella nariz. Un geólogo hubiese encontrado en ella ejemplares de todos los terrenos volcánicos. ¡Ca, no señor, no es raro! El señor cura tuvo cuidado de decirme: Mira, mi sobrino viene muy delicadito, casi hético el pobrecito; de modo que no te será difícil conocerlo... Y efectivamente... No dijo más porque comprendió que no debía decirlo.

Sería... un león». «¡Ca!». «Pues sería... un elefante». «¡Caaa!». «Sería... lo que usted guste, caramba». «¡Una sota de bastos, señor de Castrelo! ¡Era una sota de bastos!». Minutos de no entenderse. El ratón reía con una especie de hipo agudo; el señorito de Limioso, ronca y gravemente; el cura de Boán, no sabiendo cómo desahogar el regocijo, pateaba en el suelo y abofeteaba a la mesa.

¡Ca! Cualquiera de la partida del Cura que te vea te denuncia. No está ninguno en España. La mayoría andan por Buenos Aires. Algunos los tienes por aquí, por Francia, trabajando. No importa, es una barbaridad lo que quieres, hacer. ¡Hombre! Yo no obligo a nadie a que venga conmigo dijo Martín.

Ca uno es quien es, y ya que las jembras vienen, éjalas venir. ¡Pa lo que vive uno!... Cualquier día pueo salir del redondel con los pies pa alante... Además, no sabes lo que es eso, lo que es una señora. ¡Si vieras qué mujer!...

Oyes, chica, ¿qué es lo que tienes? ¿Te dura todavía el enfado? ¿A ? ¡Ca! Yo no puedo enfadarme contigo. Estas palabras parecían un testimonio de cariño y confianza. Sin embargo, las pronunció en un tono tan extraño, que la Amparo se la quedó mirando fijamente antes de replicar.

Toda la artillería de los gemelos se dirigió hacia aquella parte del teatro. De todos lados salían estas palabras: ¡Qué bella es! ¡Qué frescura! ¡Qué aire tan gracioso y tan distinguido! ¿Qué edad calcula usted que debe de tener? De veinte a veintidós años. ¡Ca! Apenas tiene diez y ocho. ¿La conoce usted?

¡Caramelo! dije en mi interior, pues menudo chasco me he llevado, yo que creía habérmelas con dos hijas de este extremo Oriente y me encuentro de manos á boca con Cádiz y San Fernando disfrazados de saya y candonga. Bien, pero esta señorita se embarcaría en ferrocarril. ¡! No señor replicó aquella con la mayor naturalidad, siempre nos hemos embarcado en baroto ó en parao.

No marearíais siempre con toda la tela, ¿eh? ¿A que habéis arrizado a la salida de Liverpool? ¡Conozco, conozco el paño! Respondía Gonzalo con distracción a las preguntas, que, por otra parte, entendía a duras penas. Iba cabizbajo y melancólico. Observándolo al fin su tío, se paró en firme y dijo: ¿Qué tienes, Gonzalito? Parece que estás triste. ¿Yo? ¡Ca! No, señor. Juraría que .

Ca uno sale como puede, con su habilidad o su coraje, sin que le valgan recomendaciones de la tierra ni del cielo... tiees talento, Sebastián: debías de haber estudiao una carrera. Y en el optimismo de su alegría, miraba al banderillero como un sabio, sin acordarse de las burlas con que había acogido siempre sus enrevesadas razones.

Y habiendo sido tan ricos, Gabriel, hoy nos vemos en la miseria, y yo, hijo mío, un sacerdote del Señor, tengo que ir de un lado a otro con estas papeletas para que vivamos todos, como si fuese un revendedor de entradas de toros, como si la casa de Dios fuera un teatro, teniendo que aguantar a extranjeros herejes que entran sin santiguarse, mirándolo todo con gemelos. ¡Y yo debo sonreírles, porque pagan y nos proporcionan los postres para el triste cocido! ¡Ca...rape! ¡Jesús me valga!

Palabra del Dia

lanterna

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