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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Paquito nada había dicho; púsose muy encarnado, con ese santo carmín con que el pudor instintivo tiñe las facciones de la inocencia, y destrozando entre sus deditos, sin darse cuenta de ello, una anforita romana, extraño lacrimatorio de vidrio que había sobre una mesa, ocultó con varonil esfuerzo las gruesas lágrimas que le brotaban de los ojos.

Magdalena durmió con sueño febril e inquieto, viéndose en su pesadilla bien a las claras el influjo de la agonía que se avecinaba ya. Al rayar el alba se despertó, lanzó un grito y extendiendo los brazos hacia su padre, exclamó: ¡Papá! ¡papá! ¿Verdad que no moriré? Abrazóla el doctor respondiéndole con las lágrimas que brotaban de sus ojos.

La primera idea que se le ocurrió fue notabilísima, como todas las que brotaban de aquel cerebro privilegiado: valerse de los reos condenados a muerte para una experimentación adecuada.

Pero si en el fondo no era nueva la escena para , éranlo, hasta embelesarme, aquellos pintorescos matices de lengua; aquella dialéctica a la buena de Dios, sin andamiajes retóricos ni artificios convencionales; aquellas malicias sanotas que brotaban del regocijado palabreo, espontáneas, frescas, airosas y transcendiendo a «la tierra» como las rosas del huerto entre la virginal y espléndida hojarasca del cercado que las protege.

Después de dos horas de marcha, el cochero se detuvo delante de una puerta de reja, flanqueada por dos pabellones que sirven de alojamiento al conserje. Dejé allí la parte pesada del equipaje y me encaminé hacia el castillo, llevando en una mano mi saco de noche, y decapitando con la caña que llevaba en la otra, las margaritas que brotaban en el cesped.

Entonces me perfeccioné por algún tiempo, se acabaron los disimulos y tuve la gran satisfacción de hablar repetidas veces con mi madre sin decir cosa alguna que no saliese de mi corazón. Raudales de verdad, de fe, de amor apacible y místico a los santos y santas brotaban de él.

Si en Gregoria no había que buscar más que a la hembra y a la madre, pues fuera del instinto ciego por su hombre y por su prole, no se encontraban en ella rastros de otra clase de sentimientos, y esto habíalo probado muchas veces y acababa de comprobarlo ahora. ¡Ah! si el pagaré falsificado llegaba a sus manos, la suerte de Quilito estaba jugada; felizmente, Esteven había marchado a Montevideo... Esto daría algún respiro, un plazo de ocho días era mucho en las presentes circunstancias; entretanto, se buscaría con linterna un comprador para la casa, o se harían diligencias para hipotecarla... Pero, esta pálida esperanza no podía endulzar el trago amargo que la señora acababa de pasar: sus mejillas de muñeca brotaban fuego, y la ira contra misma por haber cedido a aquella idea de reconciliación tardía y de fines interesados, se mezclaba a la que sentía contra su hermana, tan orgullosa en la misma desgracia; si llega en otro momento, y pide, la hubiera recibido de idéntica manera y despedido con un no tan frío, como aquel adiós, que parecía un puntapié.

Dos hilos de lágrimas que iban a perderse en sus blancas patillas brotaban de los ojos de Diógenes; con una leve señal llamó a la marquesa, y díjole al oído con sencilla expresión de gozo inefable: Dice el padre Mateu... que Dios me ha perdonado...

Detrás de ella extendíase un jardín en el que crecían entremezcladas y en desorden todas las plantas de la creación y sin que nadie se preocupara de ellas. Creo que no había recuerdos en memoria humana, de que se hubiera visto nunca por allí, un jardinero que podase los árboles o arrancase las malezas, que brotaban a gusto, sin que ni a mi tía ni a mi se nos ocurriese ocuparnos de ello.

Volví a leerla, y ahora me pareció la prosa anticuada de un moralista cansado; cada palabra se había vuelto como un carbón apagado. Me acosté y soñé que estaba lejos, más allá de Pekín, en las fronteras de Tartaria, en el kiosco de un convento de Lamas, oyendo máximas prudentes y suaves que brotaban como un aroma fino de , de los labios de un Buda vivo. Transcurrió un mes.

Palabra del Dia

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