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Actualizado: 29 de junio de 2025
Desnoyers protestó... ¡Pero si los invasores fusilaban á los inocentes y quemaban sus casas!... El sobrino se opuso á que siguiese hablando. Palideció, como si detrás de su epidermis se esparciese una ola de ceniza; le brillaron los ojos, le temblaron las mejillas, lo mismo que al teniente que se había posesionado del castillo.
Desde entonces brillaron todas las noches luces misteriosas en el mar, y á la salida del sol un enjambre de pececillos venía á situarse frente al barranco, emergiendo sus cabezas del agua para mostrar la hostia que cada uno de ellos llevaba en la boca. En vano quisieron los pescadores quitárselas. Huían mar adentro con su tesoro.
Y los ojos de ella brillaron con un fuego de orgullo al enumerar estas hazañas de falsa resurrección histórica. Habían llenado museos y colecciones particulares de estatuillas egipcias y fenicias recién hechas. Luego habían fabricado en tierra alemana antigüedades del Perú para venderlas á los viajeros que visitaban el antiguo Imperio de los incas.
Recordaba por su arrogancia la estatua de Diana cazadora que se admira en el Museo del Louvre; pero esta arrogancia estaba templada por unos grandes ojos negros de suave y afectuosa expresión. Era a la vez Diana y Clorinda la heroína del poema del Tasso. Los ojos de los futuros esposos se encontraron y brillaron con alegría. A Tristán se le disipó repentinamente su mal humor.
De pronto vio plantarse ante él a esbelto mancebo armado de larga espada española. Hubo como un estremecimiento de ansiedad. Las dentaduras brillaron. Pero a las primeras tretas el adversario desapareció en la tiniebla.
Va usted a ver una de las mejores mozas del partido, más derecha que un pino, bien armada y bien plantada... Se chupará usted los dedos... Las muecas que el seminarista hizo al proferir tales palabras no son para descritas. Sus ojos acuosos brillaron como diamantes brasileños y la volcánica nariz se estremeció de júbilo.
Adiós, Isidro dijo con voz grave, al mismo tiempo que se enrojecían sus mejillas. Adiós, Feliciana contestó el joven. Y la siguió con los ojos, admirando su marcha rítmica y graciosa sobre el barro, su cuerpo gentil y esbelto, que iba empequeñeciéndose con la distancia. El sol se ocultó de pronto; volvieron a cerrarse las nubes; ya no brillaron los charcos.
La Gorgheggi miró en rededor, se aseguró de que no había testigos, le brillaron los ojos con el fuego de una lujuria espiritual, alambicada, y, cogiendo entre sus manos finas y muy blancas la cabeza hermosa de aquel Apolo bonachón y romántico, algo envejecido por los dolores de una vida prosaica, de tormentos humillantes, le hizo apoyar la frente sobre el propio seno, contra el cual apretó con vehemencia al pobre enamorado; después, le buscó los labios con los suyos temblorosos....
Has opuesto tu veto á esa felicidad. Bien se conoce que nunca has sabido lo que era amar. Clementina levantó la frente, sus ojos brillaron, un ligero rubor acudió á su cara, y dijo con voz entrecortada: ¡Tú sabes muy bien que lo que dices es falso! Sí; he amado, y demasiado exclusivamente, á un hombre que me ha despreciado ... ¡Sí! He amado! Bien puedo confesártelo ahora que soy vieja.
Los ojos opacos de aquél brillaron al sentir el blando peso. El fuego lanzaba sobre ellos reflejos maliciosos. Yo también soy feliz con tu amor le dijo suavemente al oído. En mis horas de sueño, en los momentos en que fabricaba castillos en el aire nunca pude imaginar tanta dicha. Es más: yo pensaba que el amor estaba vedado para mí. Dios me ha criado con un corazón poco sensible.
Palabra del Dia
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