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Era el mismo aucamiento de la otra noche, pero sordo, quedo, ronco, como si el que lo lanzaba tuviese miedo de que el grito se esparciese demasiado, colocando sus manos en torno a la boca para enviarlo con esta bocina natural únicamente hacia la torre. Pasada la primera sorpresa, rio silenciosamente, encogiendo los hombros.

Pero el pobre ingeniero, que más allá de su trabajo sólo veía á su esposa, amándola como mujer y admirándola como un ser delicado y superior, resumen de todas las gracias y elegancias, no podía resignarse, y gritó y amenazó sin recato alguno, haciendo que el escándalo se esparciese por todo el círculo de sus amistades.

Le halagaba esta popularidad devota; quería que todos supiesen en el barrio su asistencia a la procesión, y al mismo tiempo temía que la noticia se esparciese por la ciudad. Creía en la Virgen y deseaba ponerse bien con ella, para los peligros futuros, con devoto egoísmo; pero temblaba pensando en las burlas de los amigos que se reunían en los cafés y sociedades de la calle de las Sierpes.

Y como se hubiesen manifestado dudas, no exentas de curiosidad, había declarado que la temperancia de Fortunato dejaba que desear. No hacía falta más para que se esparciese el rumor de que aquel perfecto caballero, que parecía tan sobrio y arreglado, bebía y volvía á su casa en situación de necesitar, para subir la escalera, la intervención de su criado y de su portero.

Desnoyers protestó... ¡Pero si los invasores fusilaban á los inocentes y quemaban sus casas!... El sobrino se opuso á que siguiese hablando. Palideció, como si detrás de su epidermis se esparciese una ola de ceniza; le brillaron los ojos, le temblaron las mejillas, lo mismo que al teniente que se había posesionado del castillo.

Y fue que hallándose departiendo el marqués y el general, momentos antes de sentarse a la mesa, y paseándose a lo largo del salón contiguo al comedor, y estando la porfía en lo más candente, es decir, sosteniendo el segundo que todas las desventuras de España procedían de la incapacidad y de los desaciertos del ministro de la Guerra y de todos sus antecesores, y templando el primero sus crudezas con reposadas y campanudas reflexiones sobre el necesario «concurso de las fuerzas vitales del país» y «el engranaje de la máquina gubernamental», de pronto le faltó la palabra precisa; valiose de otra menos propia y muy mal pronunciada; esparciese sobre el sonrosado color de su rostro un tinte lívido; lanzó un áspero quejido por su boca, que se torcía por momentos, y reviré los ojos; y a no haberle recibido el general entre sus brazos, hubiera dado el pobre marqués con su oronda humanidad en el santo suelo.

Tenía visiones divinas, como la de Jamaica, en la que le habló Dios en persona, y al mismo tiempo afirmaba: «El oro es excelentísimo, y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo; tal es su poder que echa las almas al Paraíso». Emprendía sus viajes en nombre de la Santísima Trinidad, afirmando que su obra era «lumbre del Espíritu Santo», pues lo enviaba a la India para que esparciese el Evangelio y salvase las almas, y luego proponía la venta de indígenas hasta que diesen una renta de cuarenta millones anuales.

Los celestiales protectores eran los que le habían sugerido la idea de establecer la destilería del cognac, dando nuevos alientos a la casa; ellos también los que hacían que la marca Dupont, con la ayuda de los anuncios, se esparciese por toda España sin miedo a rivalidades, favor inmenso que todos los años agradecía dedicando una parte de las ganancias al auxilio de las nuevas órdenes religiosas establecidas en Jerez o ayudando a su madre, la noble doña Elvira, que siempre tenía capillas por restaurar o un manto costoso en confección para alguna Virgen.

Y cayó vencido por el sueño, como si se esparciese por todo su cuerpo el sopor de un narcótico. Cuando despertó, tuvo inmediatamente la certidumbre de habar dormido muchas horas. El sol estaba alto, y al abrir los ojos se vió obligado á cerrarlos inmediatamente.