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Los dos grupos de curiosos se estremecieron cual si hubiesen tocado con el dedo en el botón de una máquina eléctrica, y un murmullo sordo de complacencia corrió por encima de ellos. Es María dijeron tres o cuatro, esperando que no les oyese más que el cuello de la camisa. ¡Ya era tiempo! apuntó uno en voz algo más alta.

Sobre todo, a causa de su botón colgante; los espías no tienen a nadie que pueda coserles los botones, y todos deben de llevar colgando del gabán un botón de que no pueden servirse. Experimentó un sentimiento de soledad triste, propia sólo de los espías. Una profunda melancolía invadió su corazón.

Suplico a milord que no se entusiasme demasiado dije conteniendo sus bríos . Me ha desarmado ya repetidas veces para gozarse como un niño en darme estocadas a fondo que no puedo parar. ¡Ese botón está mal y puedo ser atravesado fácilmente! Así es como se aprende repuso . O no he de poder nada, o será usted un consumado tirador.

Una mano ruda sujetó por un instante mi cabeza; un lienzo cubrió mis ojos; sentí mucha apretura en la garganta, y... desperté. El cuello de la camisa me estaba apretando de un modo extraordinario. No hice más que soltar el botón y quedé otra vez profundamente dormido.

Tardé en conciliar el sueño, como sucede siempre que uno anda caviloso, y por dos o tres veces, cuando ya creía ganarlo, me despertó un gran estremecimiento parecido a la emoción que se experimenta al tocar el botón de una máquina eléctrica. Al fin me dormí.

Vamos á ver, Fernandito dijo cogiéndolo por un botón de la americana. Ahora que estamos solos y no hay miedo de que nos oiga tu gente: ¿cómo van esos amores?... Sanabre se ruborizó, haciendo signos negativos con la cabeza; pero le desconcertaba la mirada del doctor, fija en él con la tenacidad insolente de los miopes. ¡Pero ingeniero del demonio!

Al cabo de unos minutos apretó el botón del timbre otra vez: Vaya usted a ver si la señora duquesa está sola en su habitación o tiene visita dijo al criado que se presentó al punto. Mientras desempeñaban la comisión permaneció inactivo, con el cuerpo echado hacia atrás y las manos cruzadas, en actitud reflexiva. La señora duquesa está de visita con el padre Ortega entró a decir el criado.

Pero, examinando más de cerca el cadáver, se encontró en su mano crispada algunos cabellos más cortos y más rudos que los de una mujer y de un color más natural que los del duque. El actuario, al levantar un mueble derribado, recogió un botón de librea con las armas de los Villanera. Finalmente el cajón donde la señora Chermidy había guardado cien mil francos, estaba vacío.

Ocupábanse la madre y las hijas en arreglar los últimos pormenores del vestido, ésta cosiendo el postrer botón, aquélla poniendo un alfiler a la cinta del sombrero, la otra calzando la espuela al mozo, cuando D.ª María dijo con la viveza propia del que recuerda de improviso la cosa mas importante: Falta lo principal: falta la espada.

Entonces la señora Hellinger se puso a gritar: Olga, querida hija mía, abre; somos nosotros, tu tío, tu tía, y tu viejo tío el doctor. Puedes abrir sin temor, querida mía. El doctor dio vuelta al botón; la puerta estaba cerrada. Quiso mirar por el agujero de la cerradura; estaba tapado. ¡Manda buscar al cerrajero, Adalberto! dijo.