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De los demás personajes de mi auditorio, nada diré todavía. «¡Bravo, soberbio! exclamó Cantarranas aplaudiendo con fuerza y entusiasmándose, de tal modo, que se le saltó el mal pegado botón de la camisa, y las puntas del cuello postizo quedaron en el aire.» ¿Le gusta á usted mi pensamiento? preguntó la poetisa. Esto es el canevas tan sólo; después viene el estilo y....

El botón de nácar, al cual se adhería un jirón de tela y que se había quedado en el ojal, era lo único que indicaba que, antes de dormirse, la joven había debido ser presa de una violenta agitación. Duermes, tesoro mío, dime que duermes, dijo la señora Hellinger sollozando. Dime que no has hecho semejante afrenta a tu tía, a tu querida tía que te ha criado y cuidado como a su propia hija.

Y en su canto decía el ruiseñor: «No necesito la chinela de oro, ni el botón colorado, ni el birrete negro, porque ya tengo el premio más grande, que es hacer llorar a un emperadorAquella noche, en cuanto llegaron a sus casas, todas las damas tomaron sorbos de agua, y se pusieron a hacer gárgaras y gorgoritos, y ya se creían muy finos ruiseñores.

Dilátanse a uno y otro lado las estrechas paralelas de los surcos cubiertas por mieses amarillentas o verdosas, y esmaltando el gris oscuro de los secos terrones, crecen profusamente las encendidas amapolas, los azulejos pálidos y las margaritas de botón de oro.

Cuando encontraban una saltadera, el muchacho saltaba primero y alargaba su gran mano endurecida á la condesa, que sumía dentro de ella la suya breve y fragante como un botón de rosa.

Hemos dicho, creemos por dos veces, que Manila tiene su gran tono, que hace lo que en todas partes, esto es, nada: vive á la superfluidad del botón de la librea y la tersitura de la cabritilla; sus disgustos están compendiados en el aristin del caballo, en los milímetros del sombrero del cochero, en la estatura del lacayo, en la arruga del frac ó en la pureza de una piel que la Rusia ha hecho necesaria.

Seguramente se había quitado las botas. No hay que tocar pensé de pronto, Marta oiría. Así el botón. Me estremecí. ¿Cómo abrí la puerta? No lo . Me pareció que otro lo había hecho por . alzarse delante de su alta y vigorosa silueta. Un leve grito se escapó de sus labios; de un salto estuvo a mi lado.

Tal vez iría á pasar la tarde con sus amigos de Mónaco; tal vez hiciese un pequeño viaje por el camino de Niza hasta Cap d'Ail ó Beaulieu. Era la confusión del señor que no sabe mentir. El príncipe quedó solo. Miró un rato el mar; luego cambió de ventana, contemplando sus jardines. Oprimió el botón de un timbre para que acudiese don Marcos.

Esto es bueno, pero aquello es mejor... La muchacha es de buena familia... Don Rosendo está rico... Vas bien, vas bien, mi queridín... Pero oye, ¿por qué no te casas con la pequeña, con Venturita, que es más guapa? Yo no digo que la primera sea fea; pero no hay duda que la segunda es más linda; un botón de rosa. ¡Qué ojos tan pícaros! ¡qué pelo! ¡qué dentadura! ¡qué garbo!

La madre se alarmaba y... fuera el tercer botón... Nada, la cara y la mirada del nene siempre adustas, con una gravedad hermosa, que iba siendo terrible... El cuarto botón, el quinto, todos los botones salieron de los ojales haciendo gemir la tela. Perdió la cuenta de los botones que soltaba. Fueron ciento, puede que mil... Ni por esas... La cara iba tomando una inmovilidad sospechosa.