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Actualizado: 7 de julio de 2025


Su vida era a modo de una larga cinta de billetes de tranvía, de la que se arrancaba uno cada veinticuatro horas. No tardó en cansarse de contemplar a la muchacha, y la hubiera olvidado sin dificultad; pero se hallaba frente a él, y no podía menos de mirarla de vez en cuando. «Ha venido hace muy poco de la provincia pensaba severamente . ¿A qué diablos vienen aquí?

Lo primero que vió Miguel fué un enorme montón de billetes de mil francos, de placas de cinco mil, de fichas y papeles de distintos valores. Era una fortuna. Luego se fijó en Alicia, inmóvil en su asiento, tal como la había dejado, con un rostro inexpresivo de cariátide. Sólo sus ojos iban maquinalmente de aquel montón de riquezas á las manos del banquero. Fumaba... fumaba.

Con hombres así le gustaba tener negocios. Alicia, que había seguido la escena desde lejos, salió á su encuentro, avanzando disimuladamente una mano. Toma. La diestra de Miguel ofreció los billetes con tal rudeza, que esta entrega casi fué un manotón agresivo. Su vergüenza por el acto reciente se exteriorizaba en confusas protestas. ¡Las mujeres!... ¡Lo que me has obligado á hacer!...

Imaginó, pues, colocar en la caja unos pedacitos de papel del tamaño de los billetes, y si lograba encontrar papel igual en la calidad de la pasta, de modo que no resultase diferencia al tacto, el engaño era fácil, porque su marido no había de verlos sino con los dedos... Púsose a la obra, y rebuscó y examinó cuanto papel había en la casa.

Hoy debería estar alegre: hace meses que no he tenido una tarde igual. He jugado, y mira... ¡mira! Diez y siete mil francos. Había sacado de un bolsillo interior un fajo de billetes azules, arrojándolo sobre la mesa con cierta furia. Llegué á ganar hasta veintiséis mil. Una suerte de amante desesperado, de marido infeliz... Y sin embargo, no estoy contento.

Efectivamente, en toda la semana no se abrió la puerta del palco, que permaneció vacío y sin que nadie se presentase en él. El estreno de Roberto el Diablo estaba muy próximo, y en esos últimos días el pobre autor se ve agobiado con peticiones de localidades y billetes. ¿Se imaginan ustedes que éste tiene tiempo de pensar en su obra, en los cortes y cambios que serían necesarios?

Queda, pues, bien justificada mi emoción al poner el primer donde le puse. El mismo corredor de las listas nos entregaba la víspera del baile una credencial de socio y tres billetes de convite, impresos en cartulina, con letras de oro, y rubricados por la comisión.

Como vieron los dos que yo iba tan adelante dieron en decir mal de . El portugués decía que era un piojoso, pícaro, desarropado; el catalán me trataba de cobarde y vil. Yo lo sabía todo y a veces lo oía, pero no me hallaba con ánimo para responder. Al fin, la moza me hablaba y recibía mis billetes.

Ya lo ves; en todas partes hay máscaras todo el año; aquel mismo amigo que te quiere hacer creer que lo es, la esposa que dice que te ama, la querida que te repite que te adora, ¿no te están embromando toda la vida? ¿A qué, pues, esa prisa de buscar billetes? Sal a la calle, y verás las máscaras de balde.

Después de una pausa en que Refugio parecía hacer estudios de cálculo en el entrecejo de la Bringas, tornó a decir: «Lo que es el dinero... lo tengo, vea usted». Revolvió un cajoncillo que parecía costurero, y del fondo de él sacó un puñado de cosas. Eran trapos, hilos desmadejados y billetes de Banco, formando todo una masa. «Vea usted... no me falta. Pero...».

Palabra del Dia

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