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Actualizado: 24 de junio de 2025
Al comienzo de nuestras relaciones he visto á Lea en peinador de seda, con unos zafiros de veinte mil francos en las orejas, almorzando unos arenques en una mesa sin mantel, en un plato desportillado y con vino de champagne bebido en tazas de cocina. El orden, el decoro de la vida eran letra muerta para ella. Lo importante, lo que ella satisfacía ante todo, era su capricho.
La prueba está en que las has visto muchas veces, sin decirla a la pobre una palabra. Vamos, muchacha, no digas tonterías. ¿Es que habéis bebido esta tarde?... Tú eres un orgulloso, Isidro continuó la máscara, hablando con precipitación, como si temiese que lo faltara el ánimo antes de acabar ; tú eres un fatuo, que, admirado de tu importancia, no te fijas en nadie.
Hay un ser en cuyo rostro Mis ojos se han detenido, Y en su mirada han bebido Felicidad y placer; Este ser, durante el dia Me encanta con su belleza, Y cuando la noche empieza Viene á encantarme tambien. Hay una voz armoniosa Cuyos mágicos acentos Despiertan los sentimientos Que guarda mi corazon; Y no quisiera escuchar De serafines un coro, Si esa voz que tanto adoro No se uniera con su voz.
¿Y qué es lo que le trae á usted por Entralgo con este calor, D. Casiano? preguntó el capitán cuando hubieron bebido el primer vaso. ¡Qué diablo! ¡qué diablo!... ¡Vaya con D. Félix! ¡Y qué bueno está! No pasan días ni años por él. Pronunciando estas palabras, quiso de nuevo abrazarle; pero D. Félix, que empezaba á sentirse vagamente inquieto, rehuyó el abrazo. Ambos estaban en pie.
Tú sabes que nos conocemos, y a mí no me asustas. Tú... sólo tú eres la autora de esa muerte. ¿Crees que no estoy enterado de todo? El chico era dócil, modesto, había bebido en buenas fuentes, era de nuestra escuela, y toda su ilusión consistía en conquistarse una posición sin perder la honra. Te quería demasiada, hubiera dado su sangre por ti, y eso es lo que le ha perdido.
No ha sido más que ocho días, y lo que le he dado á nadie le hace daño: agua de siete pozos distintos con un poco de sangre de oreja de gato negro y unas cagarrutas de rata... ¡María Santísima del Carmen! exclamó Antonio llevándose la mano al estómago. ¿Y yo he bebido eso?... ¡Quitadme esos platos de delante! ¡Quitadme esas copas! ¡Dejadme reventar en cualquier rincón, como un triquitraque!
Me pareció que quizá no había bebido bastante para ser todo lo insolente y procaz que quería, y me senté en la mesa de una taberna, en la acera, en una calle en donde hay tal profusión de colmados y de peluquerías, que no parece sino que aquella gente se ha de pasar la vida entre el plato de pescado frito y la tenacilla para rizarse el pelo.
No muchos años antes, el maestro de caligrafía de su colegio, un viejecito modesto y callado, en una comida en casa del director, como hubiera bebido algo más de lo justo, exclamó de repente: «¡Insisto en la necesidad de la reforma radical de la enseñanza!» Naturalmente, aquello provocó un escándalo.
¿Para qué necesito los rayos de ese sol se dijo, si el fuego que arde dentro de mi alma me calienta y me conforta mejor? ¿Qué vale esa luz efímera, comparada con esta otra que no se oscurecerá jamás? Vivir en la vida de los sentidos es ser un esclavo del tiempo y la necesidad. Todo lo que no pertenezca al ser interior y libre que dentro de mí he conseguido hallar me es extraño e indiferente. ¡Oh, no! No temblaré ya como un esclavo. Tengo la conciencia de mi libertad. No necesito morir para recobrarla. Este sentimiento de mi libertad me llena de gozo, soy un emancipado y llevo impreso en el alma el sello de mi Dios. Nada de lo que sucede, nada de lo que sucederá puede alterar la paz de mi corazón. El pulso de mi vida interior batirá con la misma fuerza hasta que suene la hora de dejar este mundo. He comido de la carne y he bebido de la sangre del Redentor, y según sus promesas, yo habito en
Los más insignificantes pormenores de tan hermoso sueño teníalos presentes cual si acabaran de efectuarse. Podría decir cuántas veces había llovido en aquellos quince días, qué había comido y bebido, de qué color eran los pantalones que gastaba.
Palabra del Dia
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