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Actualizado: 24 de julio de 2025
También él, á su misma edad, había partido á la guerra voluntariamente. «Respeto á los jefes... amarlos como á padres... el honor... la bandera...» La aparición del príncipe cortó su arenga.
Lo mismo les ocurrirá a todos sus compañeros de profesión, y sin embargo, lo que ustedes sufren en su prestigio, en su amor a la patria y a su bandera, no tiene otra causa que el desarreglo social que hoy impera en el mundo. La riqueza lo es todo; el capital es el señor de la tierra.
Con él fué también Roger, atado sobre el caballo que le conducía, casi exánime por la pérdida de sangre, los golpes recibidos y las peripecias de aquella tremenda jornada. Llegados los ingleses á una altura que dominaba en parte el valle divisaron en la cima de la roca convertida en fortaleza la bandera castellana.
Ayer en Francia se mostró gigante Guiada por el genio vencedor; Hoy por el mundo llévala triunfante De la concordia el ángel mediador. Es la enseña que anuncia libertades Prometiendo trocar en realidades De los pueblos las ansias de vivir... ¡Oh bandera de América potente! Mi pueblo te saluda reverente Como al signo de un bello porvenir...
La colonización inglesa, la holandesa y hasta la misma francesa, bien se estudie bajo el cosmopolitismo comercial de Singapore; bien en las primitivas costumbres del malabar que lleva sus dedos á la frente en señal de acatamiento ante una civilización de que se utiliza, por más que no comprende; bien se aquilate en las colosales obras de la cisterna de Aden; bien en las riquezas de los mercados de Calcuta y Bombay; bien en la transigencia de la pagoda; bien en las sagradas corrientes que baten la druídica peña ó dan vida al muérdago del sacrificio; bien que esa colonización se levante á la sombra del peñasco de Hong-Kong, atalaya que vigila al Celeste Imperio; bien que se extienda por las abrasadas arenas de la Arabia, bíblicos recuerdos que evocan las civilizaciones faraónicas; bien que respete antiguos usos, contemporizando con las grotescas fórmulas del ritual cipayo; bien viva bajo el protectorado yankee en las ondas del Pacífico; bien á la sombra de la tricolor bandera de Saigón; bien que se extienda desde los modestos establecimientos de Macao, á las opulentas factorías de la India y de Java, donde el indígena percibe los efectos del telégrafo y del vapor, sin que jamás llegue al conocimiento científico de las causas que obran bajo el émbolo de la caldera que desarrolla la fuerza ó la confusión de los elementos de la pila que arrancan el rayo; bien que la metrópoli explote, ora el sensualismo malabar, ora el embrutecimiento en que reduce al chino las perniciosas emanaciones del anfión, siempre vemos su razón de ser, su principio vital de conservación, extremo al cual debe llevar la raza dominante todo su estudio, toda su ciencia y todos sus cuidados.
Sin necesidades ni aspiraciones, nacen, viven y mueren aquellos seres, yendo muchos de ellos á dormir el sueño eterno, sin conocer de la madre España más que los colores de su bandera, suponiendo, y suponer es, que la tengan todos los tribunales. En cuanto á entender el español en aquellos pueblos, sería tanto como hablarles en caldeo ó en hebreo.
En último término, el castillo de proa, espacio triangular que tenía en su vértice un pequeño mástil para la bandera de la Compañía cuando el buque entraba en los puertos. Y en este triángulo, ocupado por los cabrestantes a vapor que elevaban o descendían las anclas, también abrían los ventiladores sus tentáculos respiratorios, sus bocas de serpentón ávido de oxígeno.
Por imitación de éste le firmaron ambos personajes, mojado el cálamo en sangre para el caso extraída de sus venas. Después que la amada bandera se irguió hacia los astros, en montes y valles, floridos, de históricos rastros, tu dúplice gloria fué esquiva al favor popular.
Allí fué donde se entabló el primer combate de la revolución filipina de 1898, que podemos llamar la continuación de la campaña de 1896 á 97, combate que duró desde las diez del dia hasta las tres de la tarde, en que por falta de municiones se rindieron los españoles con todas sus armas á los revolucionarios filipinos, que entraron en Cavite con los prisioneros, cuya gloriosa ocasión aproveché para sacar á luz y hacer ondear la bandera nacional, que fue saludada por un inmenso gentío, con aclamaciones de delirante alegría y grandes vivas á Filipinas independiente y á la generosa nación de los Estados Unidos, habiendo presenciado el acto varios oficiales y marinos de la escuadra americana, que demostraron claramente sus simpatías por la causa de los filipinos, tomando parte en su natural júbilo.
Vuelve los ojos, y bajo una bóveda, cuajada tambien de figuras, ve un sepulcro, un cetro y una corona sobre la losa, una que otra bandera; comprende que está alli enterrado un héroe y dobla involuntariamente la rodilla. Yace dentro de aquel sepulcro S. Fernando.
Palabra del Dia
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