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Actualizado: 10 de julio de 2025


Que se inaugura el edificio de las escuelas, copla al canto; que llegó el diputado del distrito a tomar baños, serenata y coplas; que D. José el Estanquero monta un servicio de ómnibus a la capital, coplita laudatoria a D. José el Estanquero.

Con gran prontitud se guardó Pecado su dinero, y alzando los hombros y echando de un enorme suspiro, pronunció torpemente estas palabras: «Yo... de aquellas cosas que pasan..., lo cual que me vi solo, y... no me ha pasado nada. Nos hemos enterado. Tiene seco el entendimiento indicó la Sanguijuelera . La calentura le abrasó los sesos. Dice el señorito Miquis que le baños en el río.

No beben vino ni prueban puerco, para distinguirse de nosotros, y, a puerta cerrada, observan su cuaresma y todos los ritos de su secta diabólica. Yo he visto en el fondo de sus casas, en Andalucía, baños de mármol o azulejos, donde los hombres se sumergen y perfuman como rameras, según su costumbre infiel y lasciva.

Pues , señora, tal vez una vuelta por allí... En estos sitios de baños hay tan pocos recursos para distraerse, que si uno no aprovecha las fiestas... Sin embargo, si usted no quiere, no iré. ¿A qué me importa que usted vaya o no vaya? respondió con viveza; pero volviendo sobre de repente, añadió: Digo, no, perdóneme usted y que me perdone Dios; he dicho una necedad.

El gigante vió un edificio bajo, de paredes blancas, con extensas columnatas, jardines y amplias escaleras de mármol que se hundían en el agua azul. Recordó que Flimnap le había hablado de este palacio, construído por los antiguos emperadores para sus baños de mar. Bajo las columnatas había parterres llenos de flores.

Llegaremos a Venta de Baños pronunció volviendo la hoja del Indicador mucho más tarde de lo que se acostumbra. Y en Venta de Baños... interrogó Lucía. Podemos cenar... si nos dan tiempo. En circunstancias ordinarias, no sólo se cena, sino que hasta se descansa un rato, esperando el otro tren, el expreso, el que ha de llevarnos a Francia. ¡A Francia!

Las niñas se conocieron y jugaron juntas en el Port Vieux. Y por esto, y por ser españolas ambas madres, y por lo franco y fácil del trato en los lugares de baños, trabé yo cierta amistad con la madre de la niña, que se llamaba la señora de Benítez.

La marquesa había dicho a su médico que probablemente necesitaría tomar, durante el verano que se acercaba, algunas aguas sulfurosas y quizás también algunos baños de mar; pero «caserito todo ello, y a lo pobre». Quería dar a entender que en puntos de poco ruido aristocrático y en España.

Una tarde, al despedirse, le dijo: «¿Sabe usted que el sombrero Florián no me va bien? A usted le caería perfectamente. Se lo voy a mandar». Y se lo mandó. Otro día hablaron de vestidos, con más calor. «El de pelo de cabra, que tengo a medio hacer no me gusta. Se lo enviaré mañana... Como usted ha de ir forzosamente a baños con su marido, puede usarlo allá... No, no me lo agradezca usted.

Su mujer, justo es decirlo, tenía la cabeza loca con tal tarabilla. «Hijita, oye lo que te digo... Si vamos al fin a esos condenados baños, te arreglarás con los vestidos que tienes. Los mudas, los cambias, le quitas a uno una cosa para ponérsela a otro... y como nuevo. Todas dirán que te los ha mandado Worth.

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