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Actualizado: 20 de julio de 2025
A su tiempo publicaremos el estracto de las curiosas piezas relativas á los atentados y ruidoso proceso de Lucero, felizmente terminado con la prision de este malvado y con la declaracion de la católica y general Congregacion que se juntó en Burgos para este objeto, formulada á 9 de julio de 1508.
Cuando D.ª Teodora volvió la cabeza para ver quién la apretaba tanto y se encontró con Osuna, cambió de color. Aquel maldito jorobado no la dejaba jamás en paz. En la tertulia, en el paseo, en el teatro, en la iglesia, en todas partes donde tuviera ocasión de aproximarse, era sabido que se veía necesitada a sufrir el contacto asqueroso de sus piernas y a veces de sus manos también. Osuna conocía bien el terreno que pisaba. La bella y pudorosa jamona se hubiera caído antes muerta de vergüenza que confesar a alguno los atentados de que era objeto. Pero si no los confesaba, cualquiera podría cerciorarse de ellos, observando el estado de agitación en que se hallaba. En esta ocasión el jorobado anduvo audaz en demasía. D.ª Teodora comenzó a dar muestras tales de inquietud que para cualquiera serían visibles. D. Juan no las vio, sin embargo. Era un varón puro y magnánimo, incapaz de sospechar las grandes suciedades que puede haber sobre la tierra. Pero D. Peregrín, como hombre de mundo, concluyó por advertir algo de lo que pasaba. Espió a Osuna con el rabillo del ojo, y cuando penetró en su espíritu gubernamental el convencimiento de la trasgresión que se estaba cometiendo, comenzó a roncar y silbar por la nariz como un vapor en peligro, lanzando al mismo tiempo centelleantes miradas de indignación al audaz jorobado.
No, no era un amigo recomendable... Pero ahora don Marcelo experimentaba un profundo trastorno en la apreciación de las ideas ajenas. ¡Había visto tanto!... Los procedimientos terroríficos de la invasión, la falta de escrúpulos de los jefes alemanes, la tranquilidad con que los submarinos echaban á pique buques pacíficos cargados de viajeros indefensos, las hazañas de los aviadores, que á dos mil metros de altura arrojaban bombas sobre las ciudades abiertas, destrozando mujeres y niños, le hacían recordar como sucesos sin importancia los atentados del terrorismo revolucionario que años antes provocaban su indignación.
¡Ah, señor!... ¡Pobre señor! De todos los atentados de la invasión, el más inaudito para la pobre mujer era contemplar al dueño refugiado en su vivienda. ¡Qué va á ser de nosotros! gemía. Su marido era llamado con frecuencia por los invasores. Los asistentes de Su Excelencia, instalados en los sótanos del castillo, lo reclamaban para inquirir el paradero de las cosas que no podían encontrar.
Cuando los diferentes grupos de damas que ocupaban la banda de babor se reunían, entablando una conversación general, era indefectiblemente para prorrumpir en quejas contra las inclemencias del Océano y los atentados que se permitía con sus personas. Los cuellos cambiaban de coloración, no obstante el cuidado de huir de los rayos del sol.
Alborotábase Teresa al conocer los atentados de que eran objeto sus hijos, y como mujer ruda y valerosa nacida en el campo, sólo se tranquilizaba oyendo que los suyos habían sabido defenderse, dejando al enemigo malparado.
Generalmente, los hombres que tienen alguna están fichados ya; pero, de todos modos, la tarea del nuevo organismo policíaco tropezaría con dificultades insuperables. Yo estoy de acuerdo con la prensa conservadora en creer que los autores materiales de los atentados contra los patronos no son más que instrumentos; pero ¿instrumentos de quién?
Si la Policía no encuentra nunca a los autores materiales de los atentados contra los patronos, ¿cómo va a encontrar a los autores morales? Si no descubre, ni por casualidad, la mano que mata, ¿cómo va a descubrir el cerebro que sugiere la idea de matar?
Estas dos graves usurpaciones con que se han alzado, ponen á los Portugueses en proporcion de internarse en el Perú, por un parage donde no tiene el Rey vasallos fuertes que puedan contener sus atentados, cuyas resultas precisamente han de ser fatales: y hallándose dichos establecimientos á treinta, ó menos leguas de nuestros Chiquitos, con quienes en el dia tienen comunicacion, podrán en pocos años sonsacar á los infieles indios, y llevarlos á sus minas, que necesitan mas brazos de los que tienen.
Pensando, pues, en estos disparates, se llegó el tiempo y la hora -que para él fue menguada- de la venida de la asturiana, la cual, en camisa y descalza, cogidos los cabellos en una albanega de fustán, con tácitos y atentados pasos, entró en el aposento donde los tres alojaban en busca del arriero.
Palabra del Dia
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