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Actualizado: 3 de junio de 2025
Estuvo atenta la sobrina a las razones del tío, y pareciéronle más concertadas que él solía decirlas, a lo menos, en aquella enfermedad, y preguntóle: ¿Qué es lo que vuestra merced dice, señor? ¿Tenemos algo de nuevo? ¿Qué misericordias son éstas, o qué pecados de los hombres?
A ver. ¿Quién te hirió? ¿Cómo? ABIND. Mi esposa, No es herida peligrosa. JARIFA. Todo lo quiero saber. ¡Ay de mí, que no era en vano El quejarte y suspirar Toda la noche! ABIND. Has de estar Atenta. JARIFA. Di, esposo, hermano. ABIND. ¿Tu hermano soy todavía? JARIFA. Fuése la lengua, perdona. ABIND. El trato antiguo la abona.
Volviéndose a su hermana, más atenta a sus manos que a su discurso, exclamó: ¿Quién diría que un Vargas, Casilda...? No concluyó la frase, pero sobrada elocuencia tenía el movimiento melancólico de su cabeza. Cuando se ha tenido y ya no se tiene, el pan negro se hace más amargo y el blanco más deseado, y los Vargas lo habían comido sobre manteles de holanda...
Pero como no había más remedio que tomar algo para sostener las fuerzas, ambos se propinaron un huevo batido en vino y unos pedacitos de pan. De dormir, no se hable. La señora contaba las horas, medias y cuartos de la noche por los relojes de la vecindad, y no hacía más que medir el pasillo de punta a punta, atenta a los ruidos de la escalera.
La Gorgheggi era un ruiseñor; y además, ¡qué guapa, qué amable, qué atenta con el público, qué agradecida a los aplausos!». Sí que era guapa; era una inglesa traducida por su amigo Mochi al italiano, dulce y de movimientos suaves, de ojos claros y serenos, blanca y fuerte; tenía una frente de puras líneas, que lucía modestamente, con un peinado original, en que el cabello, de castaño claro y en ondas, servía de marco sencillo a aquella blancura pálida, en que, hasta de día, como pensaba Bonifacio, parecía haber reflejos de la luna.
Durante las horas de clase conservaba a veces la misma postura reservada y atenta, sin mover un músculo, sin pestañear, empañados los ojos por una telilla opaca al modo del segundo párpado de los lagartos. Y de aquí que le apodasen Aligator.
Le pidió la bendición al que causaba la fiesta y, sin decirles su nombre, les declaró con franqueza que el nombre de Picardía es el único que lleva. Y para contar su historia a todos pide licencia, diciéndoles que en seguida iban a saber quien era. Tomo al punto la guitarra, la gente se puso atenta, y ansí cantó Picardía en cuanto templó las cuerdas: PICARDÍA
Hasta le ha pasado aquella exaltación un poco selvática, aquel amor excesivo a los placeres bucólicos, aquella exclusiva preocupación de la salud al aire libre, del ejercicio, de la higiene en suma.... Todos los extremos son malos, y Benítez me tenía dicho que la verdadera curación de Ana vendría cuando se la viese menos atenta a la salud de su cuerpo, sin volver, ni por pienso, al cuidado excesivo y loco de su alma. ¡Aquello era lo peor!
Doña Manolita suspiraba, acariciaba a doña Luz, la miraba compasiva, la escuchaba muy atenta, y se callaba. Por último, se le ocurrió decir: Pero ¿qué desesperación es la tuya? ¿No ponías en tu billete que deseabas la vida? ¿No me hablabas de una esperanza? Sí: la tengo contestó doña Luz . Por ella, sólo por ella no me he muerto.
Una contemplación más atenta le había hecho comprender después que todos esos detalles juntos formaban el evento de su persona; pero entonces también había visto que aquella belleza no era durable.
Palabra del Dia
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