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Actualizado: 3 de junio de 2025
Vida de invernadero hemos llamado a la suya, y es la verdad en casi todo el rigor de la frase: como lo es también que marquesa, atenta sólo a lograr determinados fines, acertó sin proponérselo, dando a aquella excepcional naturaleza el único medio en que podía desenvolverse sin deformarse. No a todas las plantas conviene el cultivo al aire libre y a cielo abierto.
Para aquellos novelistas en quien la imaginación no ha llegado á tal grado supremo de viveza que permita escribir sin la observación atenta de todos los días, el modelo, el dato real es de absoluta necesidad: pero como ayuda poderosa para su fantasía, me atrevo á aconsejar el estudio no práctico, sino contemplativo de las artes plásticas.
Esto sólo daba por resultado mayor despego en las criaturas mezclado de miedo. En cuanto a Gonzalo, tenía en Cecilia una hermana y una madre atenta siempre a evitarle disgustos, a separarle los abrojos del camino. En ella descansaba, a ella acudía como un niño grande y mimoso, impacientándose cuando no cumplía al instante sus deseos, molestándola más de la cuenta.
El padrastrillo se detuvo, totalmente lívido; volvió a todas partes sus ojos dilatados, y se aproximó al pozo. Trató de mirar adentro, pero los culantrillos se lo impidieron. Entonces pareció reflexionar, y después de una atenta mirada al pozo y sus alrededores, comenzó a buscarme.
Verdad es que Dios iba siempre en ayuda de Thiers, porque doña Tula, que en verano adoptaba el mismo sistema de comidas, hacía todas las tardes un chocolate riquísimo y casi siempre mandaba al enfermo una jícara, bien custodiada de mojicón y bizcochos. «Esta doña Tula decía Bringas cuando sentía entrar a la criada de su vecina , es una persona muy atenta...».
Una honda tristeza dominaba a toda la familia. Sin embargo, su digno jefe D. Pantaleón, por virtud de una actividad incesante, atenta siempre a los hechos, aun los más insignificantes, del mundo de la Naturaleza, y resguardado por las grandes verdades del orden físico y químico que había podido adquirir, se hallaba fuera del alcance de toda emoción penosa.
Ni sabía bien lo que estaba diciendo, ni D.ª Filomena, con quien platicaba, se enteraba tampoco, atenta a contemplar la faz inteligente del P. Narciso y gozar del brillo de sus humoradas. Al poco rato sintió la garganta seca y calor inusitado en las mejillas.
Y nunca se la había visto en público tan serena, tan elegante, tan hermosa, ni tan envidiada, como se la vio después del «grave suceso», ni se había mostrado delante de la gente tan expresiva ni tan afable con el subsecretario de Gobernación, ni tan atenta y cortés con el príncipe ruso, que, por cierto, no tardó tres días en largarse de allí.
Maritornes estaba congojadísima y trasudando, de verse tan asida de don Quijote, y, sin entender ni estar atenta a las razones que le decía, procuraba, sin hablar palabra, desasirse.
Me saludó con gracia y con la misma digna lisura con que hubiera saludado a un conocido antiguo. Sonreía tristemente y estaba encendida, sobreescitada. El perro fijaba en mí una atenta e inteligente mirada. Perdone usted, caballero, me dijo Amparo, si he venido a incomodarle, pero he creído que debía venir a verle. ¿Y por qué, hija mía?
Palabra del Dia
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