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Actualizado: 17 de junio de 2025
He penetrado en todos los templos de las diferentes comuniones protestantes que hay en Suiza, he asistido á sus ceremonias, he presenciado sus solemnidades, y en todos los templos y por todas partes, solo he encontrado un terrible indiferentismo, peor que la falta de creencias: un pueblo indiferente en religion podria concluir por serlo en política y en moral, y ese pueblo se perderia.
Luciano, después de hablar largamente con el médico que la había asistido, para enterarse de la índole y progresos del mal, resolvió no apartarse de allí un momento, apurando cuantos recursos le sugiriese aquella ciencia que tanto amaba, y de que entonces había menester más que nunca. El cuarto día a contar desde su llegada, fue tristísimo.
A la caída del sol soltaban los muchachos su último cántico, dando gracias al Señor «porque les había asistido con sus luces», y recogía cada cual el saquillo de la comida, pues como las distancias en la huerta no eran poca cosa, los chicos salían por la mañana de sus barracas con provisiones para pasar el día en la escuela.
Al ponérselo ¡cómo se reía el buen cura!... Salvador le regaló un cinto con dos pistolas que no necesitaba. Cuando se vio con tales arreos el capellán, a quien ya no conocería ni la Iglesia su madre ni la madre que le parió, soltó tan gran carcajada, que las gentes salían al camino para verle. El mismo Salvador, que había asistido a su lenta trasformación, casi no le reconocía bien. Sr.
Además de las campañas en que tomó parte con mi amo, Medio-hombre había asistido a otras muchas, tales como la expedición a la Martinica, la acción de Finisterre y antes el terrible episodio del Estrecho, en la noche del 12 de julio de 1801, y al combate del cabo de Santa María, en 5 de octubre de 1804.
El tío Correa tenía «sus letras». En su país natal llevaba ejercidas diversas profesiones, mostrándose siempre un incansable lector de diarios. Además, había asistido á muchas reuniones políticas y trabajado en las elecciones, pronunciando discursos á su modo en las tabernas del pueblo. Lo que iba á contar ahora no era un cuento.
La gran carrera va a empezar. En el marcador aparece favorito «Vadarkblar». Existe un detalle que hace subir la cotización. Su dueño ha asistido siempre a las carreras con indumentaria democrática, de saco y sombrero flexible. Hoy ha venido de jaquet y galera, con el empaque elegante de quien está seguro de concentrar las miradas.
¡Ya veremos! contestó Maurescamp con bastante sequedad. Juana había asistido aquella mañana, como tenía por costumbre, a la lección de esgrima. Al salir notábase en ella un aire grave y meditabundo que no le era habitual desde que había empezado su nueva existencia. Todo el día estuvo pensativa. A la mañana siguiente, no faltó a la cita.
Se separaron, conviniendo en verse después de la comida, para firmar el acta de las condiciones del encuentro. Los cuatro estaban de acuerdo. Pero al mencionar dicha cifra, Toledo se fijó en que sólo eran tres. Lewis había asistido con cierta impaciencia á los largos exordios de la entrevista en un diván del atrio del Casino. Un amigo me espera.... Vuelvo al momento.
Mientras el cuerpo dormía en este dulce enajenamiento de los sentidos, velaba el espíritu con actividad maravillosa. Su memoria estaba bañada de claridad y la imaginación se lanzaba con raudo vuelo dando vuelta a los orbes. En vez de meditar sobre la muerte del Señor, pensaba con íntima complacencia en su adorable vida y recorría todos los pasos completamente embelesada, representándoselos con tal verdad como si realmente hubiese asistido a ellos. Veía primeramente a Jesús naciendo en la gruta de las cercanías de Belén, abrazando con sus tiernos brazos el cuello de la Virgen y sonriendo a los pastores y a los magos que de luengas tierras vinieron a adorarlo. Veíale en seguida transportado a Egipto, recorriendo los desiertos de la Arabia, durmiendo sobre el regazo de su madre debajo de algún árbol o en el fondo de alguna cueva. Después lo encontraba en los pórticos del templo de Jerusalén sentado en medio de los doctores, cuando sólo tenía doce años, con sus largos cabellos de color de bronce y la blanca túnica, que formaba graciosos pliegues hasta cubrirle los pies, asombrando a todos tanto por su belleza sobrehumana como por la profunda sabiduría de sus palabras. Contemplábale en su modesto albergue de Nazareth, en la paz de una vida obscura y contemplativa, nutriendo su divino espíritu de las sublimes verdades que el Eterno Padre le comunicaba en sus frecuentes solitarios paseos. Asistía después a sus primeras predicaciones por la Galilea y al primer milagro con que dio testimonio de su poder infinito en las bodas de Caná. Acompañábale a Cafarnaum, cuando de pie sobre una barca de pescar, mecida suavemente por las olas, dirigía su palabra, más clara que el sol que los alumbraba, más dulce que la brisa de la tarde, a la muchedumbre congregada a la orilla. Volvía con
Palabra del Dia
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