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Actualizado: 12 de mayo de 2025
«Las doce, había dicho el sereno, ¡ya era mañana! es decir, ya era hoy; dentro de ocho horas la Regenta estaría a sus pies confesando culpas que había olvidado el otro día». ¡Sus pecados! dijo a media voz el Provisor, con los ojos clavados en la llama del quinqué ¡si yo tuviese que confesarle los míos!... ¡Qué asco le darían!
Sus amigos no se explicaban aquellas ganas de retirarse y dejar los estudios; no tenía novias, no era jugador, apenas conocía el hunkían y se aventuraba en un revesino, no creía en los consejos de los frailes, se burlaba del tandang Basio, tenía dinero de sobra, trajes elegantes, y sin embargo iba de mala gana á clase y miraba con asco los libros.
No, á ese no podía quererlo Pepita: lo despreciaba á pesar de que la perseguía en las visitas, extremando con ella su cortesía empalagosa copiada de los padres de la Compañía. Se retiraba de él con cierta impresión de asco: como si la pudiera manchar con impuros contagios, á los que ella, en su inocencia, daba formas monstruosas.
Y díjome: "Por mi vida, que paresce este buen pan." "¡Y cómo, agora, dije yo, señor, es bueno!" "Sí, a fe, dijo él. ¿Adonde lo hubiste? ¿Si es amasado de manos limpias?" "No sé yo eso, le dije; mas a mí no me pone asco el sabor dello." "Así plega a Dios", dijo el pobre de mi amo. Y llevándolo a la boca, comenzó a dar en él tan fieros bocados, como yo en lo otro.
Otra estocada del mismo género, quedando descubierta la hoja de acero en más de una mitad. No se arrima comenzaban a protestar en los tendidos . Les ha tomao asco a los cuernos. Gallardo abría los brazos en cruz frente al toro, como dando a entender al público situado a sus espaldas que el animal ya tenía bastante con aquella estocada y que de un momento a otro iba a caer.
¡No! gritó la señora Hellinger, mandando de repente al diablo toda su pena. Yo no lo sufriré; no ha de suceder así: la vergüenza sería demasiado grande; yo no podría sobrevivirle. ¡Qué vergüenza! ¡qué vergüenza! El doctor le lanzó una mirada en que se leían el asco y el desprecio. Pero ella no le hizo caso. Tú eres fuerte, Hellinger dijo.
Cuando Lorenzo se encontró sobre el tostado, exclamó: ¡Qué caballo tan ancho! Así es; sí, señor; es un poco «sillón» le contestó Baldomero, pero ignorando Lorenzo la acepción en que se empleaba esta palabra, dijo a su vez: ¿Sillón?... Esto parece más bien sofá... ¡me hace doler las piernas! Pero tiene buen andar, don Lorenzo; y a éste puede castigarlo sin asco. ¿Es muy lerdo?
El señor estaba orgulloso de que le quisiera una hembra de esa clase, y padece en su orgullito al ver que le dejan. ¡Ay, qué asco le tengo! Ya no es mi marío: me paece otro. Apenas nos hablamos, como no sea pa reñí. Lo mismo que si no nos conociéramos. Yo estoy sola arriba y él duerme abajo, en una pieza der patio. No nos juntaremos más, ¡lo juro!
No sé cómo tú tenías paciencia para aguantar tal retahíla de mentiras y sandeces... Y ahora se sale con vender novedades... ¡qué porquerías serán esas! Te aseguro que me daba un asco... La entrada del Sr. de Pez cortó la serie de observaciones que sin duda habían de ilustrar el asunto.
Al lado de la sala está el cuarto de la ropa, que aunque da al patio, tiene buena luz. Hoy está hecho un asco; pero haciendo obra en él puede quedar una habitación muy decente... ¿Quiere usted verlo, Gonzalo?
Palabra del Dia
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