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Actualizado: 29 de noviembre de 2025


Y la jovencita Helouin por el mismo camino continuó la señorita de Porhoet. ¡Dios mío! ¿qué es lo que pasa? dije, arrojando un grito de sorpresa.

Abríanse las puertas, arrojando la fétida atmósfera de la noche, y las escobas arañaban las aceras, lanzando nubecillas de polvo en los rayos oblicuos de aquel sol rojo, que asomaba al extremo de las calles como por una brecha.

La perspectiva de recibir buscando medio seguro una carta suya, le infundió ánimo, y arrojando el periódico sobre el velador de la trastienda, dijo a su mujer: ¡Tranquilízate! Esa infeliz no está en Madrid... Ahora mismo me largo a respirar un rato a gusto, lejos de ti... ¡fiera! Y sin esperar respuesta, se calzó y salió.

Mas ahora el monstruo callaba como un muerto, y dejaba pasar sobre su lomo bruñido los rayos temblorosos de la luna, que formaban sobre la oscura linfa un reguero luminoso. Negreaban las altas montañas que lo cercan arrojando sobre él capas de sombra. El cielo parecía cortado por sus enormes masas dentadas.

Debían ser mozos del cuartón que escogían las inmediaciones de la torre del Pirata para encontrarse arma en mano. Aquello no iba con él; a la mañana siguiente se enteraría de lo ocurrido. Abrió otra vez el libro, intentando distraerse con la lectura; pero a las pocas líneas se levantó de un salto, arrojando sobre la mesa el volumen y la pipa. ¡Auuuú!

¡Oh, las interminables noches de centinela en la puerta de los ministerios, la garita vieja donde entra la lluvia y en que los pies se hielan!... ¡Los coches de lujo, que salpican de barro cuando pasan!... ¡Oh, el trabajo suplementario, los días de limpieza general, el cubo pestífero, la cabecera de tabla, la fría diana en las mañanas lluviosas, la retreta entre niebla a la hora de encender el gas, la lista por la tarde, a la cual se llega arrojando el bofe!...

Brillantes, grandes hasta como garbanzos centelleaban arrojando chispas de movilidad fascinadora como si fuesen á liquidarse ó á arder consumidos en las reverberaciones del espectro; esmeraldas del Perú, de diferentes formas y tallado, rubíes de la India, rojos como gotas de sangre, zafiros de Ceylan, azules y blancos, turquesas de Persia, perlas de nacarado oriente, de las cuales algunas, rosadas, plomizas y negras.

En aquel lecho habia con ella dos criaturas. Cuando los vecinos entraron al dia siguiente, hallaron á la madre abrazada á sus hijos; los brazos helados de la muerta, tenian á las dos criaturas encadenadas contra su pecho, mientras que sus labios amoratados estaban tocando la frente de uno de los niños, porque sin duda alguna habia muerto arrojando el aliento sobre aquella frente, para calentarla con el hálito de su boca y de su corazon.

-Eso Dios lo puede remediar -respondió Sancho-, porque más refranes que un libro, y viénenseme tantos juntos a la boca cuando hablo, que riñen por salir unos con otros, pero la lengua va arrojando los primeros que encuentra, aunque no vengan a pelo.

El viento les favorecía, pero la barca estaba inundada, navegaba mal, y los dos hombres, marineros ante todo, olvidaron la catástrofe, y con los achicadores en la mano, encorváronse dentro de la cala, arrojando paletadas de agua al mar. Así pasaron las horas.

Palabra del Dia

vengado

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