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Actualizado: 29 de julio de 2025


Mira, yo quería verte unida con quien es tu sangre, y con quien te amara como a sus ojos; pero ahora ya te pido lo contrario, pues no es aquella tu voluntad: tampoco quiero que mates el gusto tuyo arrojando esos amores; ama a ese cristiano; pero, por Dios, no dejes a tu tío: mírame, mírame cómo desfallezco.

Comenzó á bullir la tierra y á levantarse, arrojando fuera una espesa y espantosa niebla que parecía se abrasaba todo el lugar y que allí estaba escondido y oculto un gran volcán de llamas.

El Magistral, desde su balcón, escondido en la obscuridad, los siguió con la mirada, sin alentar, olvidado del mundo entero menos de aquel don Santos Barinaga que le había estado arrojando lodo al rostro, desde el charco de su embriaguez lastimosa.

Todas aquellas olutarias estaban vivas aún, y desahogaban su impotente cólera arrojando chorrillos de agua a los marineros, los cuales, sin hacer el menor caso, las amontonaron junto a los dos hornillos. El Capitán observaba atentamente el hervor del agua en las calderas.

No bien había caminado una legua, cuando oyó llorar á una niña en una casa de palma; quiso bautizarla, mas fué muerto á lanzadas por su padre llamado Matapang y por Hirao, vecino de aquel. Después de muerto fué arrastrado hasta la playa, arrojando su cuerpo en los arrecifes de la costa del Pico de los Amantes.

Arrojando la espada, mi primer impulso fue correr hacia el herido y auxiliarle; pero Figueroa lleno de turbación, me dijo: Esto es hecho... Araceli, huye... no pierdas tiempo. El gobernador... la embajada... Wellesley. Comprendiendo lo arriesgado de mi situación, corrí hacia la muralla.

Por detrás de los árboles y al través de los setos se veía algún fauno o sátiro de piedra, deteriorado, con grandes manchas verdes por las espaldas musculosas, arrojando agua por narices y boca; en esta agradable ocupación había pasado toda su vida.

Á excepcion del valiente coronel Don Tomás Garcia que, al frente del primero de Valancey, supo retirarse con vida hasta Valencia, el resto del ejército quedó completamente derrotado. Batallones enteros cayeron prisioneros en manos de los patriotas, en tanto que otros, arrojando las armas, dispersos como aves espantadas, huyeron á guarecerse en los bosques.

Tres niños con blancas blusas, sonrosados y mofletudos como angelotes, tres pequeñuelos de la familia del conserje o de alguna casucha cercana, jugueteaban puestos en cuclillas sobre la hierba, hurgando los hormigueros y arrojando pedradas a los pájaros, que apenas si movían las alas.

Dejando, sin embargo, que ese misterio se resolviese por mismo, ó permaneciera eternamente sin resolverse, continuó su labor con empeño y entusiasmo. Y así se pasó la noche hasta que apareció la mañana, arrojando un rayo dorado en el estudio, donde sorprendió al ministro, pluma en mano, con innumerables páginas escritas y esparcidas por donde quiera.

Palabra del Dia

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